25 may 2011

La ética del escritor.


Lo bueno de que tu trabajo sea frente a una computadora y que esta no tenga internet, es que uno está invariablemente forzado a ponerse a hacer algo con ella que no recurra a hipervínculos. Así, no puedo aprender a hacker, programar, cocina, inglés, ni esa gama de cosas que uno aprende por internet durante una semana antes de retornar a mejor mirar videos en YouTube o series en megavideo. Nada mejor para evitar la sensación de fracaso que no realizar actividades que saber que en un porcentaje mayoritario no las terminarás ni de coña.
            Escribir siempre es fácil, no requiere de la totalidad del conocimiento de nada ni la ausencia de nada, los errores los corrige Word, las fallas la observación y los prejuicios el lector. Sin embargo, muchas veces aunque no lo parezca escribir es igual de complicado que aprender cualquier arte liberal. Pero no es por culpa de la complejidad del oficio (Que, como el de las armas clásicas, solo consiste en empuñar un arma y demostrar que eres mejor que otros). Yo creo que la culpa es del autor.
            Hace un tiempo una cabeza lúcida me hizo una sentencia que aún combato pese a que cada vez es más real. Uno tiene que dejarse llevar, el problema de la frustración del escritor no es la ausencia de ideas, sino la ambición excesiva de desarrollarlas todas en un orden lógico dentro de su cabeza. Decía esta moderna Madame de Staël que el secreto está en carecer de ideas y proyectos al iniciar y únicamente comenzar a escribir, dejarse llevar por la pluma y que sea lo que Rousseau quiera que sea. Obviamente, por cierta ambición y aspiración de dotar de un método al ingenio uno rechaza esta sentencia de primera oída, pero con las pasiones frías uno analiza si Víctor Hugo sabía que Jean ValJean sería el tutor de Cosette o que el Perfume acabaría en una orgía. Sucede con frecuencia que uno inicia escribiendo algo y termina con otra cosa (sean honestos, cuántos de ustedes no comenzaron su tesis con un tema y ahora están en algo diferente). Stendhal sabía que Sörel moriría, porque así era el destino de su personaje, pero tal vez no sabía que sería guillotinado o que estaría al amparo de un jansenista. También creo que Dumas sabía que Milady sería la mala de la historia al iniciar Los Tres Mosqueteros, pero que no tenía ni puñetera idea de que sería esposa de Athos.
            Aún no digiero el concepto de la ética del escritor, la de llevar el ingenio por medio de paraísos artificiales a una distorsionada realidad que nos permita explorar los rincones más ocultos de la imaginación. Las ideas llegan por todos lados, pero tengo comprobado que estas son más fluidas con componentes externos, pero esto tiene dos riesgos. El primero es que por el estado nos volvemos incapaces de plasmarlo, ya que es tal el torrente de ideas que llegan que están son más rápidas que la mano al escribir y el resultado suele ser una masa amorfa de pensamientos variados que carecen de sentido al ser unidos y es difícil de entenderlos por separado. Otro riesgo es que, como suele pasar, la idea más genial y gloriosa que tenemos en estados alterados suele ser aburridamente tediosa cuando estamos sobrios. (Y sí, las llamadas de borrachos a ex parejas son un claro ejemplo de la genialidad que nos llega en esos momentos).
            Casi siempre uno tiene ideas de cómo sería una gran historia, pero carece de la paciencia para desarrollarla; a uno le gustaría que le pagaran únicamente por sus ideas, que escritores talentosos recurran a uno y por unos palos verdes uno les ceda el boceto de algo.
            Un día de estos escribiré una novela, pero sé que a la mitad es posible que abandone el proyecto porque no sería lo que esperaba, donde yo quería ser un Tolstoy acabaré como un Dan Brown tercermundista. Pero estoy seguro de que un día me extirparé este prejuicio, y que cuando me deje llevar por la pluma haré algo decente, no una gloria de las letras mundiales, pero sí un escritorcillo mediocre de novelas de misterio, no aspiro a más. Supongo que en eso consiste la ética del escritor, hacer todo lo posible por escribir con libertad, pero sin tener la ambición de romper cadena alguna, solo dejarse llevar.
O´hara lo sabe.

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