Otro día de julio en el eterno junio negro de Honduras
En mi país hay mujeres que vendieron el alma al mejor postor. Unas recibieron poder, otras dinero y otras, las ingenuas, recibieron santas indulgencias. Se visten de blanco para burlarse del campesino y del pobre ennegrecido de trabajo. Las caras curtidas, los chuñas, los maestros que caminan frente a sus pulcras casas, les provocan nauseas, y ellas, blancas y pulcras como sus casas, expelen sapos y culebras contra los que luchan por ser libres. Ellas, las de blanco, están presas en sus lindas casas. Oprimidas por padres, novios, esposos, amantes o hijos. Jaulas de oro en pleno siglo veintiuno. La poca libertad que han conocido, es vestirse de blanco, jeans y sportshoes, alisarse los cabellos para que combinen con una linda gorra, pintarse sus uñas acrílicas con motivos blancos, escoger la jewlery del día, un toque discreto de 212 for women, preparar una pequeña backpack para la botellita de evian, un paquetito de light cookies, el glossy, una foodcard y un pañuelito para el sudor, que han descubierto destruye el maquillaje. Con la cheklist terminada, visten a sus empleadas de blanco, blanco perfecto en caso de emergencia, se ponen sus lentes Dior y salen a susurrar por la paz y la democracia. Dos horas son suficientes en ese sofocante calor. Pero por suerte están cerca de los fastfood, con un iced tea y un ratito en el aircoditioner, el cuerpo tendrá de nuevo su frialdad habitual. Su idea de paz vuela por los aires con la velocidad de un proyectil, cae herida en el pavimento y estalla en una suerte de gas, blanco por supuesto, que incomprensiblemente hace correr a la multitud que está cerca, y les obliga a taparse nariz y boca con trapos sucios y que los hace toser y ahogarse como enfermos.
Explotó la paz, hora de ir a casa.
En mi país hay mujeres que entregaron el alma al mejor postor. Unas recibieron hambre, otras insultos, y otras, las más valientes, recibieron brutales golpes. Se visten de colores para burlarse de la lluvia, del sol inclemente, de la ignorancia. Las caras blancas, los bien vestidos y los empresarios que conducen frente a sus curtidas casas, les provocan pena, y ellas, coloridas y curtidas como sus casas, expelen gritos de libertad contra los que luchan por humillarlas. Ellas, las coloridas, están libres en sus coloridas casas. Apoyadas por padres, novios, esposos, amantes, hijos, o por nadie. Casas abiertas en pleno siglo veintiuno. La libertad que han conocido, ha sido vestirse de colores, yines, y tenis, anudarse los cabellos dentro de una gorra, esconder sus uñas de puntas despintadas con olor a comida casera, escoger los perendengues del día, un buen esprayazo de una imitación de 212 para mujeres, preparar una mochila para la botella de agua, una bolsa de sanguchés, la bolsita de maquillaje, unos cincuenta lempiras en efectivo, y un pañuelo mojado por si tiran lacrimógenas. Con todo chequeado en la mochila, visten a sus hijos de colores, ropa muy cómoda en caso de emergencia, se ponen sus lentes imitaciones Dior y salen a gritar por la libertad y la patria. Doce horas son suficientes en ese sofocante calor. Pero por suerte están cerca de los puestos de baleadas, con una horchata y un ratito en la sombra, el cuerpo tendrá de nuevo su energía habitual. Su idea de paz camina por la calle al ritmo de tambores, enérgica avanza por el pavimento y se esparce en una suerte de grafitis, coloridos por supuesto, que, incomprensiblemente hacen retroceder a la multitud que está cerca, y les obliga a taparse nariz y boca con las manos, y los hace meterse en sus carros y esconderse temerosos.
Explotó la libertad, hora de seguir adelante.
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