De niño siempre creí en la leyenda de Mary Shelley, Bram Stoker y otros más, una noche hicieron una apuesta para escribir una novela esa noche, el resultado fue Frankenstein y Dracula. Pero ta, me acabo de enterar que Stoker pasó dos años documentándose para su novela y otros más redactándola, y además leyó una veintena de libros acerca del Empalador, pero que por un error, en realidad no leyó sobre él, sino sobre el padre, Dracula. Es decir, Vlad el Empalador, fue hijo de Vlad Dracul, nunca fueron el mismo.
En fin, todo eso va a la idea de que acabo de leer La historiadora. De Kostokova. En realidad, la sorpresa es grata, no solo porque no tuvo de esos finales pelotudos en los que se da una respuesta racional a las cosas y se descubre que fue un caso de histeria colectiva o de hematoesacosarara lo que causó el vampirismo. Además de que está el placer en el paladar de los escenarios y la coherencia del relato (sobre todo la conexión de los hechos). El libro, más que una novela de vampiros (que sí lo es) es la reescritura del Drácula de Bram Stoker.
Este es uno de esos libros en los que te das cuenta acerca lo que es la situación caótica a lo la que puede llevar el oficio de ser un historiador. La Kostokova, parece que siendo historiadora de profesión convierte esta profesión en la cruz que debe de cargar hasta planteare la duda de ¿hasta dónde te puede llevar el amor por el pasado? La vida terrena se vuelve relativa cuando lo que se te ofrece es una eternidad para conocer. A la vez—y esto es opinión mía—es una ingeniosa metáfora—a veces demasiado literal—acerca de la expulsión del paraíso, nosotros, los modernos adanes y evas que buscamos comer del árbol del conocimiento y rehusando la dicha eterna por el deseo de saber más. El hombre fuerte y demasiado joven para saber todo lo que desea decide entregar su alma al temible brazo secular de la ciencia—hace 500 años la llamamos “magia” y “alquimia”—para alargar lo más que puede la vida y prolongar la obra rehusando el descanso eterno. Pero la eternidad tiene limites, como las contraindicaciones de una medica aparecen los ajos y las estacas dispuestas a cortar la vida, incluso cuando esta deja de llamarse vida.
Ya volviendo al libro, para darme una idea de lo narrado en la obra, me fui, como historiador, “a la fuente”, es decir, inmediatamente después tuve que leer también Dracula de Stoker, y comprendo muchas de las cosas que aparecen en el libro de Kostokova; primero que nada, el formato elegido para la narración de la historia es, precisamente, el de cartas a modo de diario. La novela de Stoker tiene, aunque varios protagonistas, solo cuatro narradores: Jonathan Harker, Mina Harker, el Dr. Seward y Lucy (se me fue el apellido), en la novela de Kostokova también aparecen muchos personajes, pero solo tres narradores:, el profesor Rossi, su protegido Paul y la hija de éste (Que, pese a no decirse, es obvio que es Kostokova) ella narra el pasado de su presente (es decir, su niñez) a la vez que se guía con las cartas de su padre de más antes, el cuál se guía también a la vez con las cartas de su mentor, todo para descubrir, lo mismo que con Stoker, la tumba de Dracula y así acabar con el jefe de los vampiros.
Al mismo tiempo, existe un guiño que hace Kostokova tal vez no a Stoker (aunque sí), sino a la literatura victoriana en la que cada que dos personas se conocen, estas ya se tratan como amigos con diálogos del tipo “no se preocupe—le dijo afectuosamente—yo ya lo veo como un amigo, y espero que usted me dé el mismo trato—lo decía mientras estiraba la mano para estrecharla afablemente” y ta, Kostokova, cada que aparece un personaje que será de los buenos, se hace el mismo intercambio de afecto y todos quedan como hermanos. Aunque a decir verdad este “recurso narrativo” es propio del siglo XIX, cuando un autor del siglo XX lo utiliza, pues es obvio; por lo menos evitó el recurso de las lágrimas, acto que acompaña casi cada capitulo del libro de Stoker.
Con respecto al final, no voy a comentar nada por obvias razones, aunque la mayoría con un poco de sentido común lo infiere, a decir verdad, cuando uno lee una obra nueva cuyo final conoce de antemano, lo que le interesa es el desarrollo de cómo se llegó a tal conclusión. Lo único que puedo adelantar, si es que leen La historiadora, es la siguiente pregunta: usted, querido lector ¿haría lo mismo que el Conde? Yo, la verdad, no tengo respuesta.
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