12 dic 2008

América

América Latina es un continente de contrastes, no solo por la diversidad regional que esta tiene, sino por las contradicciones estructurales que persisten; dicen que Galeano formó una tendencia de que “nuestra América es una”, sin embargo, cuando uno va recorriendo el continente se va dando cuenta que la unión es meramente teórica y simbólica, anclada a un deseo utópico de unidad, pero una realidad que contradice tal deseo. Entonces ¿qué es la América? ¿Por qué es latina? América Latina como concepto nace para contrastarla con la América Anglosajona en la mente del poeta brasileño José María Torres Caicedo. Así nace un concepto que navegará en nuestras mentes desde entonces.
Durante el siglo XIX la realidad de América estuvo sometida a las luchas entre las fuerzas del progreso asimilado a Europa; por un lado, los progresistas liberales constructores de naciones partiendo desde cero; por el otro, los tradicionalistas conservadores de un pasado idóneo y un presente que no puede rechazar el pasado en el que se encontró una formula adecuada. Así, con dos fuerzas en conflicto entrará el siglo XX al escenario mundia.
El siglo XX es igual de importante dentro de estas contradicciones. Después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias vencedoras intentarán repartirse no el territorio, sino la esfera de influencia que deben de tener para mantener la hegemonía de su sistema. El mundo se divide en tres, el primer mundo serán los países capitalistas, el segundo mundo los países comunistas, el tercero serán los hijos de la Revolución, los que carecen de rumbo, un tercer mundo que se encuentra dentro del fuego cruzado de esta guerra en la que no se disparará arma, pero las relaciones serán frías.
Sudamérica está en el centro de esta batalla; financieramente está en la esfera de influencia de los Estados Unidos, pero socialmente olvidada por las oligarquías mirará hacia la izquierda; el “Imperio” temeroso de que las guerrillas y gobiernos progresistas se apoderen de los países creando gobierno pro-soviéticos no verán inconveniente en promover gobiernos “fuertes” donde la nobleza de la espada será la que se imponga en las clases populares.
Si bien las revoluciones y los golpes de Estado son cosa común en el continente, a partir de la segunda mitad del siglo XX estas se darán por venía de EEUU, desde el golpe de Pinochet a Salvador Allende hasta la caída de Isabel Duarte de Perón en la Argentina.
Las dictaduras americanas (México será el único país de Latinoamérica que no pasará por este proceso) cargarán con la cruz del siglo, gobiernos formados por militares o civiles coludidos con estos, que entregarán a los brazos del capitalismo a hombres y mujeres inocentes; cientos de desaparecidos y otros cientos de hijos que nacieron en hogares extraños, que llamaron padres a hombres que colaboraron con la dictadura que mató a sus padres.
En Argentina la dictadura fomentó el futbol como canalizador del dolor humano, en Uruguay se buscarán mecanismos ingeniosos de resistencia (como entonar el himno nacional en estrofas comprometedoras cada que se pueda) en Chile los estadios se llenarán de detenidos. Las demás “democracias” vecinas (se argumentaron que eran democracias en proceso de reorganización social) aplaudieron con gusto esta defensa de las buenas costumbres contra la Subversión marxista y el caos de los movimientos populares.
¿Qué queda de estas utopías que descansaron sobre bayonetas? Lo mismo que dijo Carlota de Habsburgo acerca de México: la nada. La nada que es bella pero a la vez estática como una enfermedad que se niega a morir. La América Latina junto con África comparten el lugar de la juventud entre las naciones; recién emancipada sigue buscando su lugar en el concierto de las naciones, por eso sus desventuras no siempre serán las mejores y, a veces, tampoco serán capaces de aprender de sus errores. El resto es historia.

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