A veces, en el espíritu de los oscares (¿Se dice oscares u oscars?) se repite una frase demasiado común y, por lo tanto, extremadamente repetitiva: La realidad supera a la ficción
Sin embargo, existen situaciones sociales lo suficientemente sui generis como para considerar que la realidad queda perfecta para una historia de ficción. Estos días, en los noticiarios se hizo eco de una de estas, aunque inmediatamente opacada por el terremoto en Chile, antes de esto los ecos y pantallas del mundo estaban mirando un pequeño país en Sudamérica en la que se estaba aproximando la asunción a la presidencia de un individuo cuya historia le daría un óscar hasta a Ed Wood.
Me refiero a la República Oriental del Uruguay y a su ahora presidente José Mújica.
Anteriormente en el continente ex luchadores sociales habían ascendido a la presidencia, tales como Daniel Ortega de Nicaragua (dejando de lado las denuncias de violación en su contra). El continente americano acaba de cerrar la fichita del mosaico de líderes. En Venezuela marcha casi hitlerianamente un coronel que en 1992 intentó dar un Golpe de Estado y en 1999 se convierte en presidente para jugar al caudillo decimonónico con sus congéneres; en Argentina, una pareja presidencial con un Perón y su Isabel jugando a “seamos Galtieri” reclamando las Malvinas; en Chile un empresario militarista acaba de terminar de comprar la otra mitad que le faltaba; en Brasil un ex líder obrero que no opone reparos en jugar al neoliberal y aumentar la línea de pobreza mientras todos alaban su gobierno de “izquierda”; en Paraguay un ex Obispo que jugaba a la mamá y al papá con sus feligreses antes de colgar los hábitos; en Colombia el defensor del American Way of Life que le chupa un huevo la ingri (sin “d”); en Ecuador un yuppie de la escuela de Chicago que juega a Dios y al Diablo con Chávez y Uribe dependiendo de la marea; en Bolivia un indígena aimara rodeado de una minoría riquísima y racista que se niega a someterse al “indio”.
Sudamérica jugando al folklore trae al Pepe.
Pero veamos desde antes el historial en sus puntos álgidos.
En los sesentas Europa se caracterizó por los movimientos estudiantiles, pues Sudamérica lo hizo por las guerrillas, eran los tiempos de construir lo imposible por medio de la toma del poder, desde las bases. Nacen las FARC, Montoneros, la teología de la liberación y, en el Uruguay, el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaro.
Eran los tiempos en los que el presidente Pacheco Areco gobernaba con firmeza en el paisito y se enfrentaba sin negociación a una guerrilla, sometida esta militarmente, algunos legisladores tratan de negociar un acuerdo social en el que todos estén representados. Un general rebelde Líber Seregni crea una agrupación de izquierdas llamada “Frente Amplio”. El presidente, Juan María de Bordaberry, coludido con los militares decide disolver las cámaras legislativas y suspender los partidos, persiguiendo a los disidentes políticos y encerrándolos en calabozos.
Uno de ellos fue José Mújica, encerrado más de 10 años y liberado una vez que se retorna a la Democracia por medio de una amnistía general.
En un nuevo marco institucional y con el retorno del Frente Amplio a la actividad política, Mújica decide participar de la actividad política colgando las armas (en la que, como dijo un historiador uruguayo, nunca se apartó, porque “los guerrilleros son políticos con armas”)
Llega a su cargo más alto durante el primero gobierno del FA encabezado por Tabaré Vázquez como ministro de agricultura, el que deja tiempo después (pero continuando con su escaño en el Senado).
35 años después, el mundo que conoció Mujica y el Estado que alguna vez lo persiguió se reconcilió con el Ex-Tupamaro y le otorgó el escaño de la primera magistratura del país: la presidencia.
Hubo momentos de lo más simbólicos, Lucia Topolansky, esposa de Mujica y la primera senadora más votada, en el día de su juramentación en el Senado, esta fue tomada por el también senador Pedro Bordaberry, cuyo padre, Juan María, fue precisamente quien dio el golpe de Estado e 1973.
Hace 35 años Bordaberry era un presiente que persiguió y encerró a tupamaros entre los que se encontraba Mújica, ahora Mújica es el presidente y Bordaberry está en prisión por violaciones de derechos humanos y desapariciones forzadas. El presidente en su asunción fue escoltado por el Batallón Florida, el mismo que se encargó de encerrarlo durante 15 años.
El realismo mágico de García Márquez es casi una tontería, pero lo Real maravilloso de Carpentier es una verdadera norma social del siglo XXI, si bien en México la regla primordial de la política del surrealismo es la presencia de personajes grotescos (Juanito, AMLO, Noroña, Nava, Emilio), tampoco estamos exentos de esta particularidad propia del continente, aunque la cercanía con los EEUU nos crea un sentimiento nacionalmente hipócrita (esas veces en las que atacamos al Imperio pero consumimos con placer todo lo que nos ofrece) también tenemos a nuestros caudillos populares y mesiánicos que consideran que desde el Estado se puede transformar a la sociedad, ya saben, esa pavada del “poder del pueblo”. En fin. Aunque José Mújica tal vez pase a la historia como el guerrillero que cambio las armas por las urnas, es posible que cause algunos problemas de carácter diplomático por algunas declaraciones y /o afirmaciones poco generosas o confusas que puede llegar a tener (a solo una semana lleva dos que causaron disgusto entre la oposición y miembros de su sector), a tal nivel que se está considerando seriamente la creación del cargo de vocero presidencial, para que se pueda digerir un poco la intención de sus palabras antes de que estas lleguen a oídos públicos. En fin, el continente está pasando por la tercera época surrealista (desde mi punto de vista, la primera fue de 1821-1857, la segunda, 1971-1989, y la tercera comenzó en 1992 con la revolución Bolivariana), es cuestión de saber hasta cuándo tendremos que fumarnos esta confusión histórica en la que todos creen que son de izquierda pero no son más que democracias sostenidas en discursos, no acciones (con excepción de Uruguay y Bolivia, los cuales francamente sí puedo considerar gobiernos realmente de izquierda). El resto es historia.
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