6 dic 2010

Una mañana


Afuera estaba lloviendo, no sería nada raro en otro momento, pero como adentro la luz no regresaba desde hace dos horas, mirar con detalle el exterior era la única actividad considerada divertida dentro de la casa.
            Se acercó un poco más a la ventana para ver lo más posible. Nada, por las gotas de la lluvia que caían hacia ella no podía ver nada, solo el agua moverse a gran velocidad.
            Se sintió como si todo eso fuera ya algo conocido, aunque no era raro en una ciudad acostumbrada a ver llover. Sin embargo, era “esa” lluvia la que provocaba cierta reacción, casi natural como para no querer hacer otra cosa más que ver la lluvia. La electricidad regresó, sin embargo, la nueva fuente de luz al interior de su apartamento provocó poca visibilidad del exterior, así que apagó todo, incluso desconectó los aparatos eléctricos cuya diminuta luz parpadeaba de manera tenue, “no, hoy solo la luz de afuera” se dijo mientras peleaba con una extensión de luz.
            Cuando por fin logró ganar la batalla contra la electricidad, regresó a la ventana para cerciorarse que la lluvia seguía ahí y que su esfuerzo no había sido en vano; “bien, no te fuiste” se dijo al momento que se aprestaba para pasar una jornada mirando la ventana.
            Al día siguiente el resultado era obvio, como había desconectado todo, no reparó  en que lo había hecho también con el despertador. Un retraso de dos horas y un mal desayuno fue una forma de iniciar el día. Al salir de su departamento se encontró con el resultado menos romántico de una bella noche, la calle estaba totalmente mojada, escenario que arruinó definitivamente el atuendo con el que había decidido enfrentar el mundo ese día.
            “estúpida lluvia” se dijo mientras tiraba da caminar hacia la parada del autobús, cuando llegó a esta, más repleta que otros días gracias al embotellamiento causado por la lluvia no reparó en un auto que, a gran velocidad, se dirigía hacia ella mojándola completamente y destruyendo definitivamente su día. Eran las 9 am y tenía que decidir entre regresar y volver a iniciar la rutina con ropa seca y alguna especie o, en su defecto, aprovechar los pocos minutos que tenía de rescate para llegar a tiempo a su destino y rogar porque el clima resuelva todo el asunto. Tomó una decisión. Se fue a su casa, encendió la televisión y mandó Londres a la mierda.

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