El domingo es la fecha, utilizando la
pelotuda terminología de todo día resaltante (formato usado de manera tan
absurda que ya no genera ninguna expectativa) el “7O” se ha convertido en la
fecha que alteraría permanentemente el escenario regional para América del Sur
y, principalmente, a los más cercanos aliados de Venezuela en el Mercosur,
principalmente los que se mueven en su mismo espectro ideológico, es decir,
Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Argentina y, principalmente, Cuba.
¿Qué
sucederá el próximo domingo? Los ojos del mundo estarán en las elecciones
presidenciales de Venezuela, donde el presidente Hugo Chávez buscará la tercera
reelección luego de catorce años gobernando. Dadas las experiencias anteriores
en elecciones venezolanas, Hugo Chávez ahora está enfrentando un escenario
considerablemente diferente, al igual que en el caso de Argentina, la
oposición, luego de una devastadora derrota en el proceso anterior, está
aprendiendo no de las tácticas gubernamentales, sino de las fallas del sistema
y cómo sus cartas fuertes son los errores del mandatario. Enrique Capriles
Radonski es, para hacer funcionar la analogía de Chávez, un Peña Nieto venezolano,
abogado liberal de 40 años, joven, telegénico, apoyado por el grueso
empresarial y un discurso conciliador en oposición a un Chávez carismático pero
intransigente, con un discurso polarizante y negacionista que no escatima
recursos (propios y públicos) en utilizarlos para defenestrar a su opositor y
reducirlo a ser “el candidato de la derecha” de los medios, de EEUU, de las
multinacionales, de Israel, de la OTAN, sin embargo, como dije, la principal
carta de Capriles es el propio Chávez y, soberanamente, su desastroso manejo de
la economía y la inseguridad imperante que conlleva una inflación
rampante.
Chávez
se ha beneficiado del aumento del precio del petróleo, pero esto ha convertido
a Venezuela en una nación, independientemente de cualquier discurso
soberanista, dependiente del “oro negro” y encadenando su economía a este si ni
siquiera pensar en una diversificación de la economía o, incluso, un plan “B”
ante una posible coyuntura de desplome de los precios del crudo (los mexicanos
sabemos perfectamente los riesgos de una economía petrolizada).
¿Qué pasaría si, como
aquella vez en que la OPEP inundó de petróleo el mercado para abaratar su
precio y arrastró a la economía mexicana a una profunda crisis monetaria
ocurriera en Venezuela? ¿Sería Chávez capaz de dejar su orgullo de un lado y
pedir un rescate al FMI, o simplemente arguciría que todo es un plan detallado
del Imperio para dañarlo? Esa es una pregunta que se respondería el próximo
lunes en caso de ganar de nueva cuenta.
Pero, existe otra
alternativa, una que ha estado implícito en el discurso chavista las últimas
semanas de campaña pero que nadie ha querido velar públicamente, es decir, la
real posibilidad de la derrota del presidente y la hipotética reacción de este
ante la posibilidad de abandonar el gobierno. Últimamente de lado del gobierno
se han manejado dos líneas, una, de boca del propio Chávez que se convierte en
el discurso polarizante de la alternativa de la guerra civil en caso de ser
derrotado (como si, a la usanza lopezobradorista, solo es democracia cuando él
gana), el otro, en el optimista caso de ganar Chávez, y en palabras del ministro
de defensa, el supuesto plan de la oposición de optar por la vía armada.
Esto último puede pasar
como una declaración más, pero conociendo al presidente venezolano, también
puede ser una justificación mediática para que en caso de ganar con un margen
bastante reducido como para poner en duda el total apoyo popular, pueda
desatarse una campaña de persecución argumentando razones de seguridad
nacional, lo que, a pesar de lo paranoico que puede sonar, existe un
antecedente de las pasadas elecciones donde Chávez se hizo de una lista de
aquellos funcionarios estatales que votaron en su contra con la consecuente pérdida
de sus puestos de trabajo.
Hugo Chávez, como
Cristina Fernández en la Argentina, por medio de programas populistas ha
convertido a su país en patrimonio personal gracias a un proyecto paternalista
de dependencia hacia el Estado y, por ende, de dependencia al titular de este,
de dependencia a él. La izquierda no es mala, pero sí cuando esta deriva en una
visión en la que el Estado debe de ser el tutelar de todo, condenando a la
maquinaría social no a moverse de manera dinámica, sino bajo los principios
gubernamentales de lo que sí y lo que no. La izquierda debe de otorgar
programas sociales que ayuden a salir de la pobreza a las clases bajas, brindándoles
oportunidades no en especie, sino en capital para permitirles acceder a
vivienda digna, educación y oportunidades para desprenderse de la tutela del
Estado, pero bajo el sistema Chávez esto no es así, ya que con este modelo de
gobierno es el Estado el primer temeroso de la independencia de la ciudadanía
porque esta la llevaría a probar otras alternativas (el sistema priísta
funcionó mientras duró el modelo paternalista), y el presidente venezolano sabe
qué es eso, y sabe que su núcleo duro está en los pobres que compra no
con tarjetas Monex, sino con productos en especie, despensas y vales que cada
vez resultan más inútiles ante una espiral inflacionaria alarmante y una escases
cada vez mayor de productos de primera necesidad sumada a la casi total
destrucción de la industria privada y el temor imperante en los que aún
resisten.
Todo esto sumado a otro
factor que algunos analistas piden no olvidar, que es que el chavismo está
perdido, si no es el domingo, en los próximos años ante la enfermedad del
presidente que lo mantiene cada vez más debilitado (recuerdo que antes de hacer
pública su enfermedad un cable de Wikileaks mencionaba que doctores rusos le
daban pocos meses de vida al presidente) y la posibilidad de que no termine el
mandato y dejar el país a un colaborador sin el carisma del caudillo y, por lo
tanto, incapaz de enfrentar a un Capriles que, en caso de volver, arrasaría.
Hoy las gorras de
Capriles se venden en las calles más que las camisas rojas de Chávez, la
opinión de los analistas está dividida entre ambos candidatos, pero con un
consenso en dos aspectos, el que gane recibirá un país en bancarrota y que el
chavismo no llega al 2020. Si la revolución bolivariana no muere este domingo,
es seguro que el presidente agrave el cáncer que daña al país como a él,
llevando no a Venezuela, sino al chavismo a la tumba.
El resto es historia.
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