Se incurre en el argumentum ad hominem cuando
se tergiversa un argumento válido y se afirma que x es una
proposición falsa porque la que la persona que la afirmó tiene algún defecto
atacable, en lugar de verificarse de la veracidad de x. En otras palabras, cuando en lugar de ocuparse
de la validez de la proposición, se hace una critica moral al interlocutor. La
falacia, entonces, consiste en eludir el tema y dar solo una opinión personal
irrelevante sobre la moralidad del otro
Hace pocos días me desperté con la nota de la conferencia que la
Presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner (extraño caso donde una
mujer gobernante usa todavía su apellido de casada) en Harvard donde, en su
personalista estilo de dirigirse a los demás, queda mal parada cuando se le
cambian las reglas del juego, es decir, cuando es criticada. La presidenta es
una de esas figuras de la política actual que resalta entre otras mujeres por
las razones equivocadas; comparada con el estilo austero de Ángela Merkel, la
teatralidad de Fernández le produce reflectores, pero estos no siempre son
positivos, puesto que en veces las cámaras alcanzan a captar detrás del sueño
argentino la pesadilla que viven millones de argentinos.
El
principal problema que adolece la izquierda latinoamericana tiene dos nombres,
Hugo Chávez y Cristina Fernández, políticos socialdemócratas hábiles y capaces
como Tabaré Vázquez, Michelle Bachelet o Lula Da Silva van erosionándose ante
la aplanadora ideológica del caudillismo propio de la región con estas dos
figuras que se niegan a desaparecer y buscan perpetuar seculo seculorum sus
modelos de perfección nacional. De Chávez hablaré en otro momento, hoy CFK me
ocupa la mente por las diversas expresiones que he ido escuchando últimamente a
su alrededor.
Mi
primer acercamiento con la presidenta argentina fue en un libro de Andrés
Oppenheimer, “Cuentos Chinos” donde hablaba pestes del entonces presidente Néstor
Kirchner, en el libro el periodista narra un encuentro con el mandatario, el
cual (según el autor) se muestra arrogante y lo deja con la palabra en la boca
abandonando la conversación, pero quien sí se queda, dispuesta a escuchar, fue
la primera dama, Cristina Fernández. Oppenheimer, aunque con recelo, da una
valoración positiva de la ahora mandataria como más dispuesta al dialogo que su
esposo.
La
realidad fue otra.
La
presencia de la presidenta en Nueva York fue relevante no por su aparición en
la Asamblea General de la ONU, sino por dos conferencias dadas en dos
universidades, Georgetown y Harvard, la primera no fue tan relevante si no
fuera por un cuestionamiento acerca del dialogo con los periodistas en el que
la mandataria se explayó acerca de cómo sí dialoga con los corresponsales, lo
que provocó que la reacción de los periodistas acreditados en la Casa Rosada
para afirmas que desde agosto de 2011 ella no ha dado una conferencia de
prensa. Partiendo de esta “aclaración” la conferencia en Harvard pasó de ser un
acto grandilocuente a un descolladero que casi se le sale de control,
principalmente por el tipo de preguntas que le hicieron, ya que eran las
preguntas que decenas de periodistas en la Argentina han intentado hacer sin
tener fruto alguno, temas como la reforma a la constitución para permitir una
reelección más, el bloqueo a la compra de dólares, los “maquillados” números
inflacionarios y la cada vez mayor absorción por parte del gobierno de los ámbitos
de la esfera privada. Preguntas realizadas en un ambiente que la presidenta no
controlaba, faltaron los bombos, los cantos de hinchada, los militantes de la
Campora, las masas de “descamisados” alabándola y aplaudiendo cada oración que
sale de sus labios.
Pudo
pasar de una intervención más, pero lo mediático del evento es precisamente lo
resaltante, puesto que si las ruedas de prensa fueran comunes en la Argentina,
estas preguntas ni siquiera habrían sido importantes, su valor resalta
precisamente en la condición sui generis de los cuestionamientos al poderse
haberse dado fuera del territorio, anunciando implícitamente la relación
discordante de la presidente con la prensa crítica.
La
coronación que tuvo el año pasado donde recibió la banda presidencial de su
hija (aunque ella era reelecta, técnicamente tendría que haber sido el presidente
del congreso el que le impusiera la banda) y la creación de la Argentina como
patrimonio personal del kirchnerismo y la obsesión por asociarlo al peronismo,
de verse a ella misma como reencarnación de Evita y jugar a la menoría
histórica capitalizando a su favor todo fantasmas del golpismo (aún cuando las
FFAA actualmente no tienen papel alguno en la política local). Pero es un poder
que se le está escapando por grietas pequeñas, pero constantes, reducidas
manchas de humedad que terminarán produciendo una falla en los cimientos, los
cacerolazos representan algo más que una protesta, sino la perdida de facto del
monopolio de las calles. Irónicamente hay quienes cuestionan la parcialidad de los estudiantes de Harvard que la cuestionaron por el tipo de preguntas, argumentando que detrás de estos está algún interés político (más claramente, el diabólico imperio de medios Clarín), como una cosa negara la validez de las preguntas.
A
la presidenta se le está moviendo el tapete, y lo sabe, por eso ha optado por
una retórica más incendiaria y un evidente manejo discrecional de la justicia
no para un modelo en especial, sino para acabar con una oposición que está
aprendiendo a esquivar los golpes de manera cada vez más eficiente. Pero, principalmente
tendrá sus ojos en Venezuela, su principal aliado en la región y posiblemente a
punto de tener un cambio histórico y una restauración de la democracia,
suspendida temporalmente en 1999.
El resto es historia.
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