Supongo que tengo que decir que fui víctima de una campaña de publicidad al creer que encontraría el granito en el arroz en el libro de Philip Shenon. En realidad la única fuente de información fue una entrevista que dio el autor con Aristegui a razón de los cincuenta años del asesinato de Kennedy.
El primer detalle es que uno, al mirar el texto de la portada y la contraportada se deja a entender la idea de que el tema central es plantear una nueva línea de investigación que versa en si el asesinato del presidente tuvo como germen la ciudad de México y el “misterioso” viaje de Oswald a esta ciudad, así como sus visitas a las embajadas de la URSS y Cuba.
Ya había pasado una experiencia similar con lo que llamo “el efecto introducción” que consiste en que el que realiza la imagen de portada y la contraportada en español solo lee la introducción y se deja llevar con la idea de que de eso va a versar todo el texto--lo que, por cierto, debería ser--, una vez, con un libro llamado Cenizas de Odio: La conexión china con el terrorismo internacional de Gordon Thomas, me dejé llevar de esta idea, dado el título y que en la portada aparecían generales chinos y en la contraportada se narraba, como en la introducción, un encuentro entre autoridades chinas con miembros talibanes en Afganistán pocas semanas después del 11-S. En ninguna parte pude llegar a adivinar que, luego de esas cuarenta páginas, las siguientes seiscientas serían una crónica de Tiannanmen.
Con el libro de Shenon, al leer la introducción, uno se deja llevar--casi con suspicacia--dentro de una teoría de la conspiración sobre un compló para matar al presidente. Sin embargo, luego de dicha entrada se define cual va a ser el cuerpo del libro, partiendo de que el mismo autor había escrito previamente un libro sobre la comisión del 11-S, se le propuso la redacción de una historia de la Comisión Warren. Y así comienza el relato, pocas horas después de la muerte del presidente.
Tiene aciertos, eso no lo niego, y el principal es la forma en la que, al ir narrando la historia del desarrollo del informe, va desmenuzando ciertas teorías conspiratorias, alguna dejando de manifiesto rápidamente su inverosimilitud, por ejemplo, la del segundo tirador--al mencionar simplemente que en lugar había tanta gente que era sospechoso que nadie lo hubiera visto siquiera--, o más científicamente descritas, como la de la “bala mágica”--que sería respaldada posteriormente por más análisis--. Además de explicar cómo es que muchas teorías de la conspiración se alimentaron, más que por hechos suspicaces, de errores gramaticales, decisiones personales de carácter moral, o simplemente declaraciones apresuradas
Sin embargo, también deja escapar tres ideas interesantes que se pasan de largo, la primera, la aparente destrucción de pruebas y el ocultamiento de las mismas por parte del FBI y la CIA, esto, no por su involucramiento en el asesinato del presidente, sino para tapar su propia ineptitud a la hora de considerar sospechoso a Oswald--por ejemplo, el FBI destruyó una nota que Lee Harvey entregó en sus oficinas pocos días antes del magnicidio pidiéndoles que dejen de investigarlo, poniendo de manifiesto que sí pudieron detenerlo, pero no lo consideraron una amenaza--; la segunda idea interesante es que, por las prisas, se dejaron muchos cabos sueltos, esto se debe a dos criterios personales del Ministro Presidente Warren, la primera, su idea preconcebida de que Oswald había actuado solo, relativizando cualquier sospecha de un compló comunista, y la segunda, que presionó en en los tiempos para que estuviera listo el informe para las elecciones, forzando a apresurar las investigaciones. La tercera es, precisamente las discrepancias al interior de la comisión y cómo muchos de ellos consideraban que su trabajo era insuficiente por los plazos para dar carpetazo al asunto.
Estos tres aspectos llevan a la idea del epílogo del autor que, si bien tiene todo el toque de teoría de la conspiración--informaciones y testimonios pero ninguna evidencia--arroja bastantes dudas sobre lo que hizo Oswald en la Ciudad de México pocas semanas antes de matar a Kennedy. Su relación con una empleada en la embajada cubana--Silvia Durán--y los testimonios de que ella pudo tener algo más con Oswald que un trámite consular--el principal acusador de esta idea es Elena Garro--.
Lamentablemente, a mi parecer, son estos datos los puntos débiles de la tesis de la “conexión mexicana”, primero, Durán siempre negó tener alguna relación más allá de profesional con Harvey--el autor argumenta que esta negación se debe a la presión del gobierno mexicano para negar una conspiración debido a las consecuencias diplomáticas que esto tendría, así como la renuencia de la CIA a aportar datos sobre el asunto para no revelar sus métodos de espionaje en la capital mexicana--, sus únicos acusadores son Elena Garro y su hija Helena Paz, furibundas anticastristas que odiaban a Durán y propensas a tener tendencias paranoicas--no hay que olvidar que ella, acorde con la línea del gobierno, acusó a los intelectuales de ser los provocadores del movimiento del 68. Más allá de esto, lo que queda son solo suposiciones, elucubraciones y suspicacias de que se pudo investigar más, por lo menos para no alimentar paranoias posteriores, aunque, en defensa de la comisión, el mismo autor menciona que, hoy, 2013, hay quienes todavía discuten sobre la muerte de Lincoln. De igual forma, aún más condescendiente, trata de ser conciliador con ambas versiones, la oficial y la conspiranoica, dejando la idea de que sí, Oswald actuó solo, pero ¿Pudo este hombre desequilibrado haber sido influido por alguien, plantearle la idea y dejar que florezca sola?
Al final, como dijo uno de los investigadores de la comisión, simplemente la gente no podía entender que un pelele como Oswald pudiera matar al hombre más poderoso del mundo con tanta facilidad. El resto es historia.
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