Como historiador el método es una de las cuestiones a las que más importancias debemos de dar, el llamado “aparato crítico” que va marcando la forma en la que citamos u ordenamos el texto es aspecto fundamental en el momento en el que estamos realizando un texto.
En este orden de ideas existen dos métodos (o por lo menos son los más conocidos) para citar: el método hispánico tradicional y el método chicago.
Estos son dos hermanos con el mismo fin, pero con esencias diferentes que nos hablan del que los usa. el método hispánico, con sus ibids, ops cits, ibidems y locs cits, sus “…” y títulos en cursivas; cual santo grial aquel que domina este método se convierte en un maestro de orquesta , con su mano crea una sinfonía, aquello que al ojo normal es un caos, al ojo del conocedor toma forma de poema, son notas y acordes que se mueven al ritmo de la inspiración de una musa divina que susurra al oído del historiador cuál deberá ser la nota a seguir en el siguiente paso. El método chicago es matemático, frio, calculado, simple y concreto como su raíz anglosajona, le hace falta la pasionalidad del hispánico, de la sangre volátil que corre por las venas de aquel heredero de la pasión de los españoles. el método chicago es la mujer infiel, es esa fría mano que te acompaña pero sabe que te engaña, mira para otro lado cuando la buscas y es seca; es el espíritu pragmático y mercantilista de los hijos de Albión que solo se interesan en el producto y los resultados sin intentar mejorar las condiciones de vida del texto. El método hispánico es la amante generosa y experta que busca tu mano para guiarte por todo su cuerpo indicándote qué es lo que sigue a continuación en el juego de las caricias y que comparte su parte de la culpa ante el inminente desastre. El método hispánico es lanzarte de un avión sin probar el paracaídas, el método Chicago es quedarte seguro en casa, sin probar, sin jugar, sin arriesgarte y sin vivir.
Yo uso el Método Hispánico por muchas razones, no es solo por asociar a Chicago con el hijo de las mil putas de Milton Friedman, sino por el riesgo que conlleva el hispánico, riesgo que uno desea corren en pro de la libertad de elegir si quieres ibidear o idemear, riesgo que le da sabor a la lectura, que se convierte de solo verlo en un deleite visual en el que participan tanto ingenio como orden; este método es el caos organizado que como Prometeo está encadenado por entregar el fuego a los mortales al cual debemos agradecer la belleza. Y entregarnos a los riesgos que conlleva la sinfonía de letras. La nada es bella, pero una totalidad bien organizada y coordinada es igual de hermosa. Escribir, citar y reflexionar, siempre hay espacio en las citas para las digresiones y las opiniones de nuestro propio texto; siempre hay espacio para preguntar si es cierto o reforzar lo que decimos.
En este mundo siempre hay espacio para todo. El resto es historia.
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