El escenario es el siguiente:
Dos temas me propusieron para escribir, mi serie favorita y Sarkozy, una extraña dualidad heredera de los momentos de lucidez que cavilan por el cerebro de un servidor; ahora bien ¿cómo encaja este nuevo paradigma que me servirá para explicar ambos temas? Fácil, en las siguientes páginas trataré de hablar de Dexter Morgan y Nicolás Sarkozy.
Dexter Morgan es un tipo común con una vida común con un pequeño vicio: una extraña esencia que ronda su mente que lo invita a matar.
Nicolás Sarkozy es un tipo común con una vida común con un pequeño vicio: una extraña fascinación por pasar a la historia con el mismo nivel de popularidad de George W. Bush.
Dos figuras propias de las sociedades que los crearon; Dexter es el fruto de una mentalidad americana enferma, cansada de la burocracia, hastiada de un sistema que, si bien se ha mantenido, no ha rendido los frutos prometidos por los padres fundadores, una sociedad que glorifica a los modernos héroes que toman justicia por su propia mano mientras que Nerón mira como Roma arde en las cenizas de sus hijos más representativos. Dexter Morgan es Ted Bundy y Patrick Bateman, es John W. Gacy y El Hijo de Sam, es el mejor espejo de la sociedad occidental.
Nicolás Sarkozy representa a la otra Europa, la Europa que no aparece en las guías turísticas, la Europa que no ve la UEFA o la Champions, la Europa que no conoce a Kusturika o leído a Kant, es esa otra Europa la que calla el radicalismo universalista de una política de Estado dedicada a una selección étnica; la figura de Sarkozy representa a una coyuntura histórica ya rebasada, pero no, Sarkozy es una paliza dada a un boliviano en Madrid, es un turco golpeado en Múnich, es el lado oscuro de la luna que imaginamos de la siempre progresista Europa.
En los tiempos de ahora dos seres tan disimiles bien podrían presentarse como antagónicos, pero cada uno combate al otro en el plano supremo de la ficción; Sarkozy tiene su brazo en el Tea Party norteamericano, agrupación republicana radical basada en un fundamentalismo religioso a ultranza y una defensa radical de lo que entienden por moral y buenas costumbres; una sociedad que tal vez Dexter desaprobaría, no por su funcionalidad, sino porque es precisamente la maldad humana la fuente de nutrición del señor Morgan. Un mundo utópico donde todo sea perfecto no es lo que Dexter busca, sino equilibrio, balance, una sociedad donde los malos sean castigados con la misma maldad (razonamiento que, a priori, implicaría el deseo de existencia de la maldad para mantener el orden).
Sarkozy tiene también a su Dexter, pero lo mira detrás de un turbante con media luna, esa ficha rota del orden social, ese alienado que no acepta jugar con nuestras reglas, ese individuo que se esconde en muchos rostros como un oscuro pasajero que lo mira, mira al presidente y el presidente lo sabe, sabe que uno de ellos es el asesino, tal vez no ha matado aún, por eso él, emulando a Luis IX encabezará una cruzada que expulsará al musulmán de tierra santa antes de que uno de ellos, resentido, decida volar la Torre Eiffel.
Pero no mintamos, ellos son nuestros espejos, la mera existencia de ellos significa que nosotros, dentro de una colectividad de 6,000,000,000 no pudimos ni hicimos nada para cambiar su existencia, algunos dirán que en que en ese caso García Márquez es fruto de nosotros, pues lo eso, pero deberán cargar con el crédito de Guzmán Blanco ¿quieren a Borges? Pues tengan a Videla, ¿quieren a Octavio Paz? Pues fúmense a Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Todo lo malo de la sociedad tiene la misma carga en nosotros por más buenos que hayamos sido; dirán que es un pensamiento lineal, que es imposible que nosotros podamos hacer algo con el hambre en África, pues tienen razón, al final eso es el delirio de un individuo que mira demasiado lejos cuando lo que tiene frente a sí es el espejo… el resto es historia.
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