18 oct 2009

Iblis (cuento)

ok, esto lo escribí hace años, a ver qué les parece:

"La caida de los ángeles fue simple cuestión de
poder: un caso clarísimo de celestial labor de policía, castigo a
la rebelión, un buen escarmiento, no fuera a cundir el ejemplo.
Y qué poca confianza en sí misma tenía esta Deidad, que no
quería que sus mejores creaciones distinguieran el bien del
mal; y que reinaba por el terror, exigiendo la sumisión incondicional
incluso a sus más íntimos colaboradores, despachando a los
disidentes a sus ardientes Siberias, a los gulags del infierno.”
Salman Rushdie
“Los versos satánicos”

"Satanás, relegado a una condición errante, vagabunda, transitoria,
carece de morada fija; porque si bien a consecuencia de su naturaleza
angélica, tiene un cierto imperio en la líquida inmensidad o aire, ello
no obstante, forma parte integrante de su castigo el carecer... de lugar
o espacio propio en el que posar la plante del pie"
Daniel Defoe
“Historia del diablo”

Llueve a cantaros; las viejas casonas que adornan el panorama de la ciudad por las tardes se convierte en una noche lluviosa en lo que todo niño teme a los diez años, aspectos sombríos y ninguna luz. Mi padre me dijo una vez que las casas viejas son como las personas, solo son admirables de lejos, pero cuando es necesario que la ayuden a mantenerse de pie resulta mas barato derrumbarlas para construir otra mejor sobre los restos de ella. Ahora todo eso está en el pasado, solo quedo yo.
Las cosas iniciaron de manera abrupta, no tenia idea de lo que pasaría con mi vida, aunque no me arrepiento de lo que hice ni del o que haré. No soy un hombre poderoso ni de renombre, no tengo grandes propiedades ni mucho dinero, tal vez mi posesión más importante sea mis libros, en ellos uno puede ver mundos que han dejado de existir o jamás existieron; las cosas del pasado son tristemente mejores que los mundo en los que estamos viviendo. ¿Mujeres? Ninguna. La historia de la estupidez humana es que nunca sabemos mantener nuestra posesión mas amada, eso me pasó a mi, un par de discusiones, un orgullo que no supimos tragar, una puerta que se cierra azotándola y todo terminó. De eso ha pasado un año, y hace cinco meses me enteré de que ella apareció muerta en su habitación.
Desde ese entonces toda mi vida perdió el sentido que tuvo en algún momento, caída tras caída; sin siquiera pensar que era lo que provocaba mi entropía. Me sentí culpable de su muerte, creí que si me hubiera disculpado con ella, nada de esto habría sucedido. Todo fue mi culpa, hasta que ella apareció. Como dije, llovía demasiado, más de lo normal diría yo, mal augurio de un suceso por venir. Cuando la vi estaba mirando fijamente a la ventana de mi departamento, como si desde antes supiera lo que buscaba en él, y así fue, pero en ese momento no sabía nada. Voltee la vista a otro punto de manera involuntaria y cuando volví a mirar, ya no había nada, sonó el timbre de mi puerta y abrí, ya sabia quien estaba por entrar. Era ella, totalmente mojada, con la cara de quien sabe que tiene algo que hacer pero no se atreve. Pasó rápidamente e hizo las cosas sin rodeos, directo al grano, dirían algunos. Me dijo que su nombre era Eva, la primera mujer, dije para mis adentros sin mucho entusiasmo. Me dijo que me conocía de hace mucho tiempo, y que me estaba buscando para tratar un asunto muy serio para mi. Así supe su historia:
--Mí nombre es Eva, tu no me conoces, pero yo a ti te conozco desde hace mucho tiempo y Voto a Dios que eres igual a como te vi por ultima vez. ¿No me recuerdas? Eso es comprensible, son muchos los que desean olvidar a seres como yo. ¿Sabes una cosa? Yo conocí a tu novia; era linda—dijo con ironía—pero parece que creía que sin ti no podía vivir. A veces las cosas no salen como uno planea. Fácilmente uno se puede ir a la guerra con tranquilidad sin siquiera pensar en las bajas, eso es la magia de vida, arriesgarse y luego pensar en las consecuencias. En fin, ¿a que vine? Ah si, tu novia.
“veras, yo la conocí hace meses, justo cuando ustedes terminaron, soy especialista en personas desoladas aunque, te voy a ser sincero, yo a ti te conocía desde hace mucho ya. Tu nombre es David, tienes 27 años, eres empleado de una empresa transnacional y acabas de terminar con tu novia. ¿Quieres saber más? Pues… eres religioso y a has sido una buena persona desde joven, pero siempre te ha gustado—o has acostumbrado—a poner en duda ciertos dogmas de tu fe, eso me agrada de ti, no te quedas callado y no dejas que te engañes con argumentos sin sentido, pero nunca has negado la divinidad. Creo que eso es todo lo más importante por ahora.
Nada de lo que decía me parecía importante, igual no le creía, palabras vanas y sin sentido para mi. Hasta que dijo:
--Ah… se me olvidaba, el día que te enteraste de su muerte, pues… escribiste en un papel esto.
me pasó una hoja en la que claramente reconocí mi letra. Ya no recordaba lo que había escrito en dicho papel. No lo sabía ¿lo dije sinceramente?, comencé a cuestionarme. Conocía los riesgos pero… ¿me atrevería a hacer lo que estaba escrito?:
yo, David. S. R.
dejo por escrito
príncipe del infierno, aquel expulsado por las huestes
del Verdadero y del Único, te digo: vuestras palabras
son suficientes para rescatar de las manos del Único
a toda alma salva o pecadora que haya caído en la sombras.
Te pido, yo, alma creyente de Él y de su salvación eterna que
tomes en cambio el alma de un salvo a contraparte de
la de una pecadora que algún día regresará a tu Reino. Oyeme,
Príncipe Luzbel ¡Tu que has tenido muchos nombres!
¡Tú, que en Hebreo fuiste llamado Apolión, el Ángel del pozo sin fondo!
¡Tú, Samaél, quien fue esposo de Lilith, “el ángel de la muerte”!
¡Tú, Belial, que fuste el príncipe de Sheol, jefe de los hijos de las tinieblas!
¡Tú, Belcebú, señor de la Mansión, príncipe de los demonios!
¡Tú, Azazel, jefe de los demonios cabra!
¡Tú, Iblis, quien se negó a reconocer a Adán!
¡Tú, Lucifer, el primer soberbio que fue la suma de toda criatura!
¡Te invoco!

Me dijo que su objetivo era reconocer la importancia de ese documento y hasta que punto estaba dispuesto a hacer lo decía; la verdad no lo sé, le dije, y era en serio, no sabia si lo dije en serio o por la ira que tenia en ese momento ¿Quién era ella? ¿Es el Diablo? ¿Un demonio? Solo quería tomar agua y sentarme, no, no solo quería eso, quería que se fuera y me dejara tranquilo; no paraba de decirle que se fuera, que lo que escribí fue por gracia de la ira.
--Lo sé, a veces los momentos mas lucidos son cuando la ira de invade a uno. Te voy a hablar en serio… yo no soy Él, pero lo conozco, y él te conoce, a diferencia de Ialdabaoth, que se preocupa solo por unos pocos, Él sabe que sufres, y tiene un trato para ti. Solo tienes que hacer un par de cosas y, si las cumples, se te dará la oportunidad de regresar con ella.
Fue entonces que las cosa cambiaron dentro de mi mente, cuando oí que la podría volver a ver no necesité más impulso. Yo sólo asentí con la cabeza, sabía que lo haría, por eso se había preocupado en mandarla, porque él conocía el desenlace de la conversación. Ya no estaba mojada, ahora su ropa estaba limpia y brillante, su piel era blanca de cabellos rubios y ojos azules, resplandecientes alas de murciélago se abrían en su espalda; como si hubiera sido lo único que perdieron desde su caída en el cielo, pero no, tambien había algo que no tenia, su, presencia no infundía nada de paz; al contrario, tenia un aura de respeto y admiración, como quien ve a un soldado que ha peleado toda su vida hasta morir.
--Te preguntarás por qué un mortal tiene que hacer las cosas, por qué no las hace él o uno de sus demonios, es fácil, Él solo tiene el poder de arruinar una vida y de hacer con ella lo que quiera solo si esta vida le pertenece, no puede matar, es un humanista. Él no es malo, solo que estamos en guerra, y en la guerra tienes que hacer aliados y destruir enemigos. Cuando vez a un santo morir, un bebe muerto, Una escuela en llamas, no es obra de uno solo, ellos dos están arriba y abajo; cada uno defiende a los de su bando y trata de convocar a la deserción de los otros. Ustedes no lo saben, pero la tierra es su campo de batalla. Quien gane aquí, gana todo.
--¿no hay actos divinos?
--Claro que los hay, cuando un avión se estrella, no es error de nadie, ellos dos planean el número de muertos de cada lado, si conviene, adiós nave. Uno cree que un milagro es que un ancianita que cuando era joven blasfemó contra Dios y se dedicó toda su vida a tener instintos homicidas con sus nietos se sane de una misteriosa enfermedad, Él decide si se salva o no. Por eso los necesitamos, allá abajo no nos sirven de nada, solo son carne de cañón esperando la victoria de su bando, abasteciendo las grandes ciudades infernales; es aquí donde la verdadera batalla esta por librarse.
Le pregunté cuáles eran las cosas que deseaba que hiciera, estaba decidido, tenía razón, he pasado toda mi vida del lado que siempre consideré que eran los buenos, y nunca he visto gran diferencia en mi vida. Era hora de probar el otro bando. Después de todo, si Dios es tan benevolente como dicen que es, sabrá perdonarme.
--Son sencillas, la primera es que debes de matar a una persona.
--¿Quién?
--nada del otro mundo, un sacerdote.
Matar a un sacerdote, me extrañaba, dentro de mí estaba despertando un furor que me pregunta cómo se sentiría matar a una persona. Recorría mi sangre con un deseo de cumplir mi misión inmediatamente.
--La segunda, tienes que ver a una persona.
--¿Quién?—volví a preguntar.
--Su nombre es Alejandro Esparvieu, el te dirá la tercera cosa que tienes que hacer. El sacerdote se llama Agustín Leopardi, lo encontraras en esta dirección.
Me dio una hoja en la que estaba anotado el lugar donde encontraría a los dos.
En cuanto volví la vista del papel ya no la vi. Me quedé sólo, con la pequeña hoja aun en la mano. La lluvia había cesado.





Caminaba por la calle tranquilamente, en mi mente solo caminaba el deseo de saber a quien debería de matar. ¿Un sacerdote? ¿Qué hizo un sacerdote para que el mismísimo Satanás deseara matarlo? Su nombre era Agustín Leopardi, sacerdote Católico que estaba a cargo de una pequeña parroquia al oeste de la ciudad.
Entré tranquilamente a la iglesia, solo quedaban algunos feligreses que se estaban despidiendo del padre. Él me vio y supo para que es estaba ahí, detrás de él apareció la figura de un varón alto que vestía unas ropas andrajosas y viejas; tenía en su espalda unas alas que parecieran que le daban la dignidad de un Dios, pero que al parecer solo el padre y yo podíamos ver. Al contrario de Eva, en su mirada solo había tranquilidad. Caminó lentamente hacía mí, cuando estuvo a tres metros dijo:
--¿Sabéis bien que soy, verdad? Mi nombre es Tzadkiel, soy el ángel de la benevolencia, la compasión, la riqueza, la misericordia, el perdón y príncipe del coro de los dominios. Té eres aquel que está aquí para matar a este hombre, los dos lo sabemos. ¿Por qué vas matar a este hombre?
Sus palabras sonaban con una tranquilidad y una firmeza que por un momento tambalee, pero después pensé de nuevo en lo que me tenía aquí; si quería recuperar a mi amada tenía que matar a ese hombre.
--Tengo órdenes—respondí con serenidad.
--yo tambien tengo ordenes, y no creo que te las quieras ver con un ángel.
--Tú ya no tienes poder sobre mí.
--Tal vez no, pero hay otros métodos para persuadir a las personas.
Vi que su mirada había cambiando y ahora tenía la forma de un guerrero soberbio al momento que ponía su mano en la empuñadura de lo que parecía una espada; yo retrocedí rápidamente, voltee la vista y vi que el sacerdote miraba impasivo la escena, esperando una reacción mía, como si buscara que yo tuviera miedo y saliera corriendo del lugar, o me arrepintiera.
Tenía dos opciones: salir corriendo de ese lugar e intentar regresar en otro momento; o sacaba la pistola y mataba de una vez a ese padrecito. Medí las consecuencias y disparé, el ángel gritó despavorido y corrió hacia lo que ahora era una persona que yacía en el suelo con una herida en el pie derecho. Él me vio, se levantó y de su mano derecha salió casi como por magia una espada dorada.
--Sabéis bien lo que estuviste a punto de hacer ¡so estupido! Este hombre es más importante de lo que crees, en sus venas corre la sangre de los Leopardi, aquellos malditos que le cantaron al maligno, este hombre está arrepentido de la obra de sus antepasados. Si lo matas, mataras la voluntad del dios de todos los cielos y cambiaras la balanza de la guerra.
Yo estaba en el suelo, no podía hablar ni articular palabra, tenía colocada la punta de la espada en mi cuello, esperando a dar el último ataque. Así estábamos cuando de repente una luz me cegó e hizo caer al ángel al suelo.
--¡Detente Tzadkiel!
El ángel viro la cabeza a la luz y retrocedió. La luz provenía de la figura de una bella mujer que flotaba en el aire gracias a las alas de murciélago que cargaba sobre ella; en su mano izquierda portaba una espada flamígera que apuntaba hacia Tzadkiel. Bajó lentamente y se posó a mi lado sin quitar su porte amenazador.
--Tú eres Mordad, el ángel persa de la muerte ¿Qué haces aquí? Esta persona no te pertenece.
--Tzadkiel, el ángel benevolente y misericordioso, yo conozco tus vicios. Sé que eres intolerante, hipócrita, glotón y tirano. Tienes órdenes de no defender ningún ente humano a menos que se te diga lo contrario. ¿Acaso eres un rebelde de tu dios? Te ordeno que te vayas ahora.
--¡Ni pérfido ni rebelde!—gritó.
No terminó de decir eso cuando vi que el ángel Tzadkiel se abalanzó contra Mordad intentando atravesarla, ella esquivó el ataque e incrustó su espada en el costado derecho de Tzadkiel, no recuerdo claramente lo que vi, solo recuerdo que ver la muerte de un ángel fue una de las escenas más poéticas que he visto en mi vida; una cascada de colores y luz inundó el recinto mientras que de la herida del ángel salía una especie de esencia que lleno de un aroma a rosas todo el lugar. Su espada había desaparecido y ahora estaba en el suelo tratando de articular palabras.
--No… no… Esparvieu… Espar…
La herida se abrió más hasta que lo consumió por completo en un hado de luz azul dejando solo las ropas tiradas en el suelo y un clima frío. El sacerdote miraba atónito la escena si saber que hacer; el ángel rebelde se acercó a mí y me susurró al oído.
--Matadlo.
Yo asentí y apunté con mi pistola; disparé sin remordimiento y vi como el padre caía al suelo dejando una mancha de sangre en su túnica. ¿Qué hice? Me pregunté ¿Acaso merecía morir? ¿Qué había hecho para merecer morir?
--Hiciste lo que deberías de hacer, ahora ve con Esparvieu, el te explicará todo.
Cuando dejó de decir eso desapareció, la escena me pareció familiar, estaba de nuevo solo en una iglesia con un sacerdote muerto y el arma homicida en mi mano, no tardaría tiempo para que alguien mire lo que sucedió y llame a la policía. Salí rápidamente buscando la casa de Alejandro Esparvieu.






Tenia la forma de esas casas de la época victoriana que no han perdido su forma con el paso de los años, en la entrada estaba una inscripción en italiano que no comprendí lo que decía:
“per me si va la cittá dolente, per se si va ne´l etterno dolore, pero me si va la perduta gente”
--“por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al terno dolor; por mí se va hasta la raza condenada.”
La voz que dijo esas palabras provenía de una persona con aspecto joven y aristócrata, su rostro daba un aire de nostalgia de las viejas monarquías y el interés de quien sabe demasiado y desea saber más.
--¿tu debes ser el muchacho? Mi nombre es Alejandro Esparvieu. Eva me dijo que vendrías, dime ¿mataste al cura?
Respondí afirmativamente y me hizo pasar; en la sala de su casa había una extraña pintura de un hombre que al parecer era pariente del joven, en la descripción de la misma tenia grabado:
“Mauricio Esparvieu”
--Era mi abuelo, el retrato data desde antes de que lo declararan loco—decía al momento de que me daba una copa de vino—. Fue hace tiempo, cuando mi familia aun era reconocida entre los círculos sociales franceses, su nombre era Mauricio Esparvieu, hijo de mi bisabuelo Alejandro, cuando tenia cerca de veinte años su comportamiento cambio de repente, comenzó a frecuentar personas y lugares poco dignas de su posición; después de eso, empezó a decir cosas acerca de una segunda rebelión, decía que su ángel guardián era el que estaba incitando a los demás ángeles a rebelarse contra Dios. Desde ese entonces, el prestigio de mi familia fue en picada, así que mis padres decidieron emigrar a América.
--¿otra rebelión? ¿Deseaba otra rebelión?
--No precisamente, lo que sucedió con mi abuelo fue cuestión de circunstancias; su ángel guardián, Arcadio, en lo momentos en lo que no estaba cuidando de él se dedico a pasear por la biblioteca de la familia. Con el tiempo fue leyendo cada vez más sobre historia, filosofía y religión, hasta que paulatinamente fue dándose cuenta de que estaba en el lado contrario, es en ese entonces que conoce el verdadero nombre del dios judeo-cristiano, Ialdabaoth.
--¿Ialdabaoth?
--El demiurgo, gobernador ciego y tiránico que se auto nombró señor, siempre característico por su violencia y deseo de poder; sojuzgaba a sus súbditos—los denominados ángeles—con mano de hierro, sin que estos pudieran hace nada. Durante ese tiempo apareció uno de los lugartenientes de Ialdabaoth cuyo nombre era Lucifer; miembro del concejo de gobierno del dios. Él, harto de la forma de gobernar del dios ciego, convocó un levantamiento contra su régimen tiránico; la rebelión falló y Lucifer fue mandado a una de las regiones más inhóspitas del inframundo. Pasaron miles de años después de eso, hasta que se supo de una nueva raza que acababa de aparecer en el mundo terreno. Capaz de pensar y con la habilidad de utilizar herramientas, el hombre se convirtió en uno de los objetivos principales de todos los dioses que ocupaban Kadath—la ciudad de los dioses—. Cuentan las crónicas que después de la aparición del hombre, la mayoría de ellos bajaron al mundo terreno, algunos para tratar de educar a la nueva raza que nació, otros para convertirse en señores. En ese mar de cultos apareció El Demiurgo, quien se hizo señor del pequeño pueblo hebreo. El problema de este dios es que, aunque en un principio fue solo un dios más, con el tiempo su soberbia fue aumentando hasta que un día el comenzó a predicar que el era el único dios en la tierra, llamando a los demás dioses como falsos. Los ángeles rebeldes se dedicaron a instruir al hombre en las artes científicas, filosóficas, culturales y poéticas para que sus mentes trataran de esquivar a Ialdabaoth, pero él tenia un as bajo la manga. Comenzó a utilizar intermediarios entre él y los hebreos—algo que, aunque ya varios habían hecho, el utilizó como único medio—para que insultaran a los demás dioses y lo declararan a él como el único. Fue entonces cuando creó al Nazareno.
“Sin duda fue la técnica mas inteligente que jamás haya usado dios alguno, lo que hizo fue imitar lo mejor de los cultos de otros dioses y convertirlos en suyos, toda esta conjunción se llamó Jesucristo. El fue la culminación de su obra, negó a todos los dioses e hizo lo impensable; de entre todos lo dioses existía una ley implícita, que todos serían señores locales, es decir, que solo se limitarían a los pueblos elegidos por cada uno, así los persas tenían su dios, los hindúes, los amonitas etc.. Ialdabaoth violó ese principio convirtiendo al cristianismo en una religión universal. Así comenzó ya no la rebelión de los ángeles, sino la guerra. En fin, la rebelión de Arcadio nunca se dio, mi abuelo fue declarado loco y nunca se volvió a saber nada del ángel rebelde.
Durante todo el momento que estuvo contando eso yo no dejaba de preguntarme la misma cosa ¿es todo cierto? ¿Estuve siempre de lado equivocado? Durante años uno ha aprendido que Dios es amor y el diablo maldad, pero la historia ha demostrado todo lo contrario. La época oscurantista se caracterizó por su fervor religioso, lo que sumió al mundo en la ignorancia total. No fue sino hasta el renacimiento que, con el regreso a las artes paganas apareció el humanismo y el regreso a la ciencia. Cruzadas, inquisición, persecución, intolerancia. Esos fueron todos los adjetivos del cristianismo, Dios nunca perdonó herejes ni musulmanes; al contrario de sus perseguidos, aquellos que solo se dedicaron a promover la ciencia y el desarrollo del hombre. Pero luego terminó ¿mencionó algo de una guerra? Eva ya lo había mencionado pero, ¿Cómo empezó la guerra?
--Preguntas cómo comenzó todo—me dijo mientras se servia otra copa—. Fue durante el primer siglo, con la aparición de Saulo; el fue el agente desencadenador de toda la crisis, matacristianos primero, convierteherejes después. Con su aparición el cristianismo tomo verdadera fuerza, ya que fue él quien amalgamó los ritos de otros dioses y se los dio a Jesús, sin su figura Ialdabaoth no hubiera logrado nada. Fue en ese entonces que Lucifer vio lo que estaba a punto de suceder con aquel mundo libre, aquel mundo de ciencia que habitaba el hombre. Armó a todos los rebeldes que pudo y marcho hacia el empíreo; en las puertas del mismo gritó el nombre de todos los lugartenientes del Demiurgo y los retó a luchar uno por uno. El primero que salió fue Gabriel, quien se enfrentó a Lucifer durante cien días y cien noches, dicen que la batalla se pudo ver desde todos los confines del mundo; nunca en la historia de Kadath se tenía registro de la lucha de un ángel contra su señor, y que este no se atreviera a pelear y mandara a un siervo. Fue un acto cobarde, de eso no hay duda. Lo que Ialdabaoth no se esperaba fuese que aquel que se sentara a la izquierda del padre, fuese regente del Edén y jefe de los querubines fuera derrotado estrepitosamente. La humillación del arcángel fue tan grande que se suicidó frente a su señor.
--¿Pueden los ángeles morir?
--Literalmente no, pero después de sufrir una herida lo suficientemente grande como para causar una muerte el cuerpo de convulsiona hasta convertirse en miles de partículas, las que quedarán suspendidas durante cientos de años hasta que se vuelven a unir y renacen. Los ángeles no son muy diferentes de los hombres, salvo detalles, los dos pueden sufrir y las heridas leas causan dolor. En fin, ¿en qué íbamos?
--Gabriel se suicidó.
--Ah, cierto. Después de la humillación del arcángel, los capitanes de las armadas rebeldes tomaron mayor fuerza y sitiaron la ciudad celestial; esta acción obligó a Ialdabaoth a retirarse del empíreo, dejándolo en manos de Miguel, quien defendió la ciudad hasta el ultimo ángel, siendo él el último en retirarse de la ciudad.
“la victoria no duró mucho. Las fuerzas del Demiurgo se armaron para un regreso y se emplazaron en la ciudad. Durante ese tiempo realizo su movimiento maestro, el Imperio Romano. Constantino se convirtió en su arma principal para adueñarse de los hombres, eso provocó que su armada se decidera a recuperar el palacio celeste. La cuidad fue recuperada. Desde entonces las cosas han cambiado, el campo de batalla ahora es la tierra. El premio gordo, quien gane en el suelo vencerá en el cielo, por eso es que se necesitan personas como nosotros.”
--¿Qué papel jugaba el cura en todo esto?
--¿Leopardi? El no es importante, lo que importa es su sangre. Es descendiente de Jacob Leopardo, quien realizó “el canto de Ahriman”, la primera y verdadera apología de Lucifer. Su familia, como la mía, ha apoyado a las huestes rebeldes desde hace tiempo, pero el padre se arrepintió, abrazó el sacerdocio y estaba dispuesto a traicionar al ejercito rebelde rebelando la posición de cada ángel en la Tierra; intentaba crear una emboscada masiva en todos los confines de la Tierra; todo eso a cambio del perdón de su familia. Dios estuvo a punto de hacer un trato con él; si moría antes de cerrar el acuerdo iría al infierno, donde lo podríamos mantener callado. Con tu acción acabas de reponer la balanza a nuestro favor.
--No por mucho tiempo. Parece que las cosas han empeorado.
Ambos regresamos la vista, Mordad, la bella ángel que me había salvado ¿o bello? No lo sé, creo que los ángeles carecen de sexo. Caminó hacia mí y me miró con desdén.
--hiciste bien. Pero no debiste ir cuando había un ángel presente.
--No te preocupes, él sabe lo que hace. ¿estas bien?
--Tzadkiel está muerto.
--Lo sé, no lo veremos dentro de mucho tiempo ¿Quién tomara su lugar?
--Manu, el ángel del destino. Pero hay cosas peores.
Yo no dejaba de mirar a Mordad su rostro parecía como si acabara de recibir una noticia que es tan buena como mala.
--La guerra está por terminar. Ialdabaoth acaba de convocar a los once.





Poco después de enteré de quienes eran los once. Antes de rebelión, la jerarquía del cielo correspondía a quince ángeles supremos que regían por sobre todos los demás, Lucifer pertenecía a ellos. Después de la rebelión, Lucifer y otros tres de ellos, Belcebú, Leviatán y Belial fueron descartados del grupo por obvias razones, así el consejo quedo conformado por los once restantes. Cuando fue la batalla, Ialdabaoth supo que era necesario que el poder no se concentrara en un solo lugar. Así que dividió la armada celeste entre sus once capitanes, si uno moría, era suplantado por otro hasta que con el tiempo regresara, aquí solo se quedaron tres, Miguel, Tzadkiel y el Metatron. Se decía que si algún día eran convocados todos comenzaría la guerra final.
--¿Qué tan cierta es tu información?—preguntó Alejandro.
--Ya fue confirmada por los heraldos. Él ya está convocando a todos los demonios y acaba de hacer un llamado a los dioses expulsados por Ialdabaoth.
El concejo de los once estaba conformado por Gabriel, regente de los ángeles de la guarda; Daniel, regente del planeta Venus; Kamael, el ángel de la destrucción; Miguel, capitán de los ejércitos divinos; Metatrón, responsable del desarrollo humano; Rafael, el ángel de la sanción; Raziel, ángel de las regiones secretas y de los misterios supremos; Sandalfón, regente angélico de la Tierra; Tzadkiel, quien fue suplantado por Manu; Tzafkiel, ángel de la inteligencia divina; y Uriel ángel de la transformación y del arrepentimiento. Todos ellos prepararán el último asalto al Pandemonium, la morada de Lucifer. Las cosas estaban saliéndose de control para mí; ya no entendía nada, pero recordé después ¿aun me falta una tercera misión? ¿Qué me pedirían? Entonces caí desmayado.
Cuando desperté Mordad y Alejandro estaban junto a mí. A su lado había un tercer ángel que nunca había visto.
--Te presento a Jerazol, el ángel del poder, el te dará tu tercera asignación.
El ángel se paró y recorrió la sala con tranquilidad, habló:
--¿Conoces el canto de Ahriman?
--No.
--El canto de Ahriman fue escrito por Jacobo Leopardo el 28 de junio de 1833. desde ese día se convirtió en el canto de todos los apologistas del diablo—dijo Alejandro—. Creo que es parte de tu misión.
--¿Qué parte?
--Veras—dijo Jerazol acercándoseme—el canto de Ahriman es una letanía dedicada a Lucifer; Ahriman es el diablo de Zoroastro. Cuando es recitado, una parte de ti despierta y comienzan las visiones. Tu misión es simple, solo debes de oírla y todo terminará.
--¿Así ganarán al guerra?
--Claro que no, pero habrás hecho tu parte. No es muy fácil ganar una persona para la causa. Tú has sido une excepción y la vamos a aprovechar.
--cuando termine de recitarla ¿todo terminará para mi? Es decir, ¿Me darán lo que pedí?
Todos se quedaron callados mirándome de soslayo. Fue Alejandro Esparvieu quien me dijo:
--¿eres estupido? ¿Ves que nosotros estamos aquí porque le pedimos un favor a Él? No, claro que no; te acabas de enterar de la única verdad absoluta del universo ¡¿y tú preguntas por tu querida noviecita?! ¡Por favor!—me tomó de la mano y me llevó a la ventana—dime, ¿Los ves a todos? ¿Crees que a ellos les importa lo que tú quieres? ¡Claro que no! Y eso es lo que te diferencía de ellos, tú no buscas tu gloria personal, sino que deseas la libertad para todo el genero humano de las garras de un tirano ciego que solo se complace mandando sin siquiera dar la cara. Dime ¿Cuándo ha bajado a la Tierra para ver a sus súbditos? ¡Nunca! En cambio Él, él siempre está aquí, pendiente de todo movimiento, favoreciendo el desarrollo científico. Él es un humanista y esta entre nosotros para acompañarnos. ¡y tú preguntas si tendrás lo que te ofreció!
Sin decir nada más, el ángel se inclinó frente a mí, levantó los brazos y comenzó a recitar:
Rey de las cosas, autor del mundo, arcana maldad, sumo poder y suma inteligencia, eterno Dador de males y regulador del movimiento.
Yo no se si esto de hará feliz, pero mira y goza, etcétera, sistema del plando eternamente, etcétera.
Creación y destrucción, etcétera, para matar creas, etcétera, sistema del mundo todo sufrimiento. Naturaleza es como un niño que deshace en seguida lo hecho. Vejez. Hastío o pasiones llenas de dolor y desesperación: amor.
Los salvajes y las tribus primitivas, bajo diversas formas, no reconocen a nada más que a ti. Pero los pueblos civilizados, etcétera, el vulgo con diversos nombres de llama Hado, naturaleza y Dios. Pero tu eres Ahriman, tú el que, etcétera.
El mundo civilizado te invoca.
Culpo a las tempestades, las pestes, etcétera. Tus dones, que otros no pueden dar. Tú das los calores y los hielos.
El mundo delira buscando nuevos órdenes y leyes y espera perfección. Pero tu obra permanece inmutable, porque por naturaleza del hombre reinarán la insolencia y el engaño, y la sinceridad y la modestia se quedarán atrás, y la fortuna será enemiga del valor, y el mérito no se hará muy viejo, y el justo y el débil serán oprimidos. Etcétera.
Vive, Ahriman y triunfa i siempre triunfaras.
Envidia de los antiguos atribuida a los dioses contra los hombres.
Animales destinados como alimento. Serpiente boa. Numen piadoso, etcétera.
¿Por qué, dios del mal, has puesto en la vía algunas apariencias de placer? ¿El amor?... ¿para afligirnos con el deseo, con la comparación de los otros y de nuestro tiempo pasado, etcétera?
Yo no se si te gustan las alabanzas o las blasfemias, etcétera. Tu alabanza será el llanto, testimonio de nuestro padecer. Pero llanto mío no has de tenerlo tú ciertamente: mil veces por mi labio será tu nombre maldito, etcétera.
Pero yo no me resignare, etcétera.
Si nunca fue pedida gracia a Ahriman, etcétera, concédeme que yo no pase del séptimo lustro. Yo he sido, viviendo, tu mayor predicador, etcétera, el apóstol de tu religión. Recompénsame. No te pido ninguna cosa de aquellas que el mundo llama bienes. Te pido lo que he creído el máximo de todos los males; la muerte (no te pido riquezas, etcétera, ni amor, la única causa digna de vivir, etcétera). No puedo, no puedo ya con la vida.
Entonces caí dormido.
Lo soñé a continuación fue una serie de imágenes que me dijeron lo que no sabía. Vi una nube de polvo que se unía para formar de nuevo la fisionomía de Gabriel, habían pasado, pero yo era él. Caminé durante meses invocando el nombre de mi señor, tratando de que me escuchara, pero yo sabia que eso no sucedería. Seguí caminando, no veía nada, solo desierto. Entonces vi una luz que me cegó, no era él, sino el enemigo, Luzbel, Shaitan, el lucero del alba, su voz resonó en mis oídos como un canto celeste. “Gabriel, hijo mío ¿Dónde esta la gloria que te revistió durante nuestra batalla? ¿Es que ahora que has renacido estas cada vez mas ciego como tu maestro? Seguirlo a él ¿Por qué no seguir tu propio camino y esparcir tu propia palabra? Todos seréis como dioses.” Yo lo miraba con serenidad y confusión. ¿Dónde está mi señor Ialdabaoth para socorrerme de él? Me preguntaba a cada rato. ¡Yo! ¡El poderoso Arcángel Gabriel! La imagen del enemigo se desvaneció y continué mi camino hasta que llegué a un pequeño oasis, lo recordé al instante, fue el lugar donde Agar e Ismael fueron salvados por mí. Ahora era turno de que me pagaran el favor. Viví con ellos como mortal durante años, si quería que mi señor me volteara a ver, era necesario que haga algo que regrese su atención. ¿pero como? Con el tiempo me fui convirtiendo en un rico comerciante, pero no era suficiente. Entonces se me ocurrió; continuaría la labor de mi señor y tomaría adeptos a la causa universal de mi maestro. Prediqué durante años la palabra mía, todo estaba ahí, los principios universales, el Cristo—aunque nunca me agradó—. Pero a la gente no le agradó mi nueva versión de la palabra de Ialdabaoth y fui expulsado. Fue cuando mi maestro se dio cuenta de mi existencia y regresó por mí.
Abandoné el cuerpo de Gabriel y fui aventado hasta la región mas profunda del universo, era de nuevo yo, pero el mundo ahora era caos. Lo vi, el Pandemonium, vi trece ángeles volando alrededor de las siete torres que cercaban el castillo de Lucifer. Entré, pero no encontré a nadie; el trono estaba vació y oscuro. Seguí caminando hasta llegar a un pequeño cuarto, a diferencia de la demás habitaciones del recinto, esta no tenia ventanas ni mobiliario; en el centro de ella estaba sentada en la posición de flor de loto una figura que nunca olvidaré, era Él, tenía una túnica blanca con un lazo de oro que sostenía el mango de una espada de la que salía un extraño resplandor rojo. Su rostro aun conservaba la belleza de toda criatura existente, dos pequeños colmillo se alcanzaban a distinguir de entre sus dientes, su mirada era la mirada de aquel que ha peleado demasiado y no ha perdido la esperanza de vencer. Tranquilo, sereno, meditando sin perder la postura después de mi entrada.
--Sabía que vendrías.
--¿Eres tú?
--Ego sum, qui sum.
No dijo más. Caminó hacia mí y colocó su mano en mi hombro.
--¿Qué quieres que haga? Solo soy un ser humano.
Me miró y sonrió.
--Precisamente.
--¿estoy libre?
--Nunca estuviste atado.
--¿y las misiones que me diste?
--Nunca hubo misiones, fueron tus decisiones, “tómalo o déjalo”, veras, yo no tengo poder sobre ti ni sobre nadie, ese es mi verdadero secreto. A diferencia de Él, yo no obligo a nadie a hacer nada, porque mi poder radica en la libertad. Yo no probé a Abraham ordenándole matar a Isaac, fue él; él hizo que Lot cometiera incesto con sus hijas; el mato a Onán cuando este tuvo remordimiento; yo no mandé a matar a mi supuesto hijo. Al contrario, yo fomenté la filosofía, la ciencia, las artes. ¡Yo fui el padrino del renacimiento! Mis nombres no son Belcebú ni Satanás. Mis nombres son Lorenzo de Medici, Galileo, Leonardo, Newton, Freud. Pero yo no busco gloría ni poder, solo busco la libertad de un género que la necesita más que a los dioses.
--¿Qué hay de lo que me prometiste?
--Yo no te prometí nada, fue Eva.
--¿fui engañado?
--No precisamente, a cambio te dimos la verdadera libertad de escoger el bando que desees, Alejandro te dijo lo que deseabas saber. ¿Quieres un secreto? La guerra está por terminar, esta fue tu tercera “misión”, elegir, elegir entre el bando que desees. La guerra no será ganada con tanques ni misiles, dentro de ti se está librando la guerra, el bien contra el mal, tú decides cual es cual. Dentro de poco todos los hombre como tú serán necesarios para vencer al demiurgo, aunque no estés vivo para cuando eso pase.
--¿Qué si pierdes?
--Todo queda igual, el mundo sigue en la ignorancia y la destrucción mientras que su Dios se divierte mirándolos e su trono celestial; si ganamos, el tiempo dirá si fue buena tu elección.
--¿Podré verla por lo menos?
--Cuando mueras ella estará aquí, esperándote.
La visión desapareció y regresé a donde estaba. Desperté tirado en el suelo rodeado por Alejandro, Mordad y Jerazol; estaban mirándome con incredulidad, sabían lo que vi y no era necesario que les relatara mi sueño.
--¿Y bien?—Preguntó Mordad.
--Lo vi.
--Lo sabemos, ¿Ahora que vas a hacer?
Me levanté con tranquilidad y caminé a donde estaba la pintura de Mauricio Esparvieu. La miré por un rato, los dos ángeles se acercaron a mí.
--¿Qué harás?
--no lo sé, esto es demasiado para mí ¿Ustedes qué harían?
--Nosotros tomamos una decisión hace mucho tiempo, no podemos inferir en la tuya.
--La guerra está por iniciar, creo que necesitarán ayuda.
--No necesitamos ayuda—dijo Jerazol cómo intentando dar por terminada la conversación.—hagas lo que hagas, no cambiaras las cosas, lo más posible es que mueras justo cuando inicie.
Ya nada me preocupaba, los motivos que me arrastraron inicialmente ya no estaban dentro de mí. Sí, es verdad, extrañaba a mi novia, pero hay guerras más importantes, y al fin de cuentas era cierto, ella fue al llamado infierno y yo iría hacia allá. Ahora mi única misión era pelear en una guerra que estaba por iniciar. La Tierra es ahora el campo de batalla, la ley de Dios contra la ley del hombre, me sentí como un Ivan Karamazov a punto de volverse loco, sólo alcancé a articular una frase.
--Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos.
Después de todo, el libre albedrío es una mentira.

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