Para los que me conocen es bien sabido que en gustos literarios soy demasiado ecléctico, pero de tal forma que me gusta de todo, también dentro de ese “todo” existen cosas que francamente no me gustan en lo más mínimo. Uno de esos géneros que detesto de manera categórica, es la poesía.
¿Por qué? Porque la considero un recurso literario tan fácil de realizar que el talento necesario es nulo para poder dedicarse a esa forma de escritura. Pero hay de poesía a poesía y de poetas a poetas, no puedo poner a genios como Kerouac o Blake igualados a bananitas romanticoides (o como me gusta llamarlos “poetas de prepa”) como Jaime Sabines o Mario Benedetti. La poesía romántica del siglo XX es, más que nada, una reiteración inútil de las mismas situaciones y, por lo tanto, monótona y aburrida (en el XIX, el romanticismo literario es radicalmente diferente a lo que hoy se considera “romántico”) pero junto con la poesía romántica, existen más géneros que se dedican a otras áreas, tradicionalmente la antítesis de ese tipo es la llamada “poesía negra” mal asociada a esa estúpida categorización de “poetas malditos” en la que cualquier tarado semi-emo que escriba se quiere englobar ahí (Poe, Blake y Baudelaire son los únicos poetas malditos).
Existe un tercer tipo que podría llamar como “poesía política” y el libro en cuestión que acabo de leer se encaja en esta categoría.
Corría el año 2004, en el día mundial del libro en la tradicional lectura en la plaza de armas de algún clásico de la literatura, por este caso (el primero en el que participé como lector) el autor era Pablo Neruda y el libro el Canto General.
Este poemario es un libro sui generis, prácticamente es un estereotipo o, precisamente, es de esos textos de los que emanan los estereotipos: el poeta sudamericano.
Tradicionalmente la América del Sur es la América de las dictaduras, de regímenes opresores e intelectuales combativos que se enfrentan a la maquinaria política por medio de la pluma. Tenemos la tendencia a creer que entre 1930 y 1989, en Sudamérica todo intelectual era intelectual de izquierda y todo texto era una apología por la libertad y la democracia. Sin embargo, muchas veces en realidad no es así; la poesía latinoamericana se caracteriza por un sentimentalismo meloso que resulta aburrido y pesado. Pero por otro lado, como dije, obviamente hay casos en los que se inspira el estereotipo social de lo que es un poeta latinoamericano, y este es el caso de Neruda.
Aunque obviamente Neruda tiene ese lado sentimentalón aburrido, su militancia política lo coloca en otra esfera dentro de su creación. Neruda siempre se calificó como un poeta combativo en donde su obra debería ir a la par de su militancia. Para eso, en 1948 decide hacer una crónica de América, desde la América Prehispánica hasta mediados del siglo XX (haciendo énfasis en el caso chileno y en la persecución de la que fue víctima el autor).
Desde un punto de vista, el título de “general” existe por la consistencia del relato en el que se da una crónica cronológica (con perdón del pleonasmo) de la historia del continente condenando a quienes deben ser condenados y glorificando a quienes deben ser glorificados. Por la postura política del autor no se puede negar la parcialización de las versiones, lo que, a ojos de quien escribe esta reseña, la única obra con la que se puede comparar este texto es con la Comedia de Dante, en la que el florentino hace precisamente lo que Neruda imitará después, un relato en el que el autor ponga a sus enemigos en el paredón y llene de laureles y bendiciones a sus amigos.
Podría señalarlo, al igual que la obra de Dante, que es un libro para entender el contexto del autor y conocer el espectro ideológico del siglo XX y cómo era que los intelectuales de izquierda vislumbraban el pasado (tengamos en cuenta que era todavía la época de la historia de bronce en la que figuras como San Martin o Bolívar eran intocables, como dioses). Son varios los poemas, entre los que resalta A pesar de la ira, Artigas, y González Videla, traidor de Chile. Una obra que, a pesar del tiempo transcurrido, tendrá la vigencia de ser escrita en pleno siglo XXI.
El resto es historia.
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