Se detuvieron en el sexto grabado, el hombre colgado de la almena por un pie. Frida Ungern hizo un gesto de tedio con las manos y la boca, como si fuese demasiado obvio:
—DIT.SCO M.R. es DITESCO MORI: Me enriquezco con la muerte, frase que puede pronunciar el diablo con la cabeza muy alta. ¿No le parece?…
—Supongo que sí. Después de todo es su oficio —Corso pasó un dedo por la lámina—. ¿Qué simboliza el ahorcado?
—En primer lugar, el arcano número doce del Tarot. Pero hay otras interpretaciones. Yo me inclino por la que anuncia el cambio a través del sacrificio.
Llevo hasta ahora dos autobiografías, la primera solo dos la conocen y la tercera tres, en la primera es una especie de “historia de vida” y la segunda una “historia sentimental” pero, a pocos días de entregarme a los brazos del tope de edad, intentaré desglosar mi historia intelectual.
Benjamín nació el lunes 3 de septiembre de 1984 a las 9:00 en el ejido de San Luis a orillas de Torreón Coahuila. Blah blah creció blah blah, caminó blah blah estudió blah blah y llegó a los 15.
Cabe decir que tuve una infancia relativamente normal, tenía amigos, pero no salía a la calle, puesto que con dos hermanos mayores, las amenazas y humillaciones eran moneda corriente, lo que me convirtió en un joven retraído que se encerró en la tele y los videojuegos. Porque en realidad nunca fui una persona “culta” escucho que mis conocidos leían desde los 10, 11 o 12 años, yo para los 16 y 16 solo había leído dos libros, la Odisea de Homero y narraciones extraorinarias de Edgar Allan Poe, las razones eran algo obvias para tener esas lecturas, en esa época era un hincha total de los Simpsons, y ta, mi razonamiento era relativamente limitado a nivel de que supuse que existía una relación entre Homero Simpson y el poeta griego, así como que leí a Poe porque en el Especial de Noche de Brujas 1 Homero recita El cuervo.
Pasaron los años y el joven vivió indiferente a la realidad nacional, a los 16 era un católico conservador que iba cada tercer día al santísimo a rezar y pasó un breve temporada como maestro de catecismo, del templo no salía el gil, si leía algo era el nuevo testamento y el catecismo de la Iglesia Católica, creía que la estrella de David era satánica y que los protestantes también. jugaba Playstation y se emocionaba con los juegos más que con otra cosa; en esos tiempos, con cierta fijación con Ella fuimos al cine a ver La Novena Puerta de Roman Polansky, la peli para mí ni fu ni fa, puesto que era un neófito en los temas que trataba; pero meses después, acompañé a un camarada a Gonvill a comprar no sé qué libro, entre que esperaba me puse a caminar tranquilamente por los pasillos de la librería y me topé con una portada que ya había visto; El Club Dumas rezaba el texto, autor: Arturo Pérez-Reverte, Slogan “¿puede un libro investigarse como si de un crimen se tratara?” me intrigó, había visto la película, pero me dio curiosidad, nunca había comprado un libro, y ese no sería el día que cambiaran las cosas. Así que no lo compré y me fui.
Pasó otro mes y ahora detrás de Ella regresé a Gonvill, el muchacho quería quedar bien y decide que también comprará un libro. Supuse que debería comprar el único del que tenía noción, así que tomé el libro de Reverte.
Básicamente, ese día comenzó una agradable relación con la lectura, más allá de que la película era diametralmente diferente al libro, cuya historia era seductoramente detectivesca, convertí esa novela en mi biblia, el protagonista, Lucas Corso, era y es mi modelo a seguir, un arrogante y retraído detective de libros, que siempre cargaba un morral en el que solo iban tres elementos: alcohol, cigarros y un libro. Un sentimiento de persecución de un mercenario que cobraba por conseguir libros; con el tiempo traté de compaginar esa aspiración con la profesión de Casaubon de El Péndulo de Foucault. Sin embargo, se abrió ante mí un mar de posibilidades nunca antes visto. Comencé una obsesión por hacerme de una biblioteca, en el sentido de que consideraba que nada le legaría al futuro, pero por lo menos tendría una colección considerable de libros de mi entera propiedad y recopilados por mí. Los 16 fue un año que viví peligrosamente, casi siempre al borde de la locura para no perderme entre lo imaginario y lo ficticio, leía de todo, y así fui conformando una confusa cosmología donde mezclaba lucha de clases con esoterismo nazi; obviamente fue mi rompimiento con la Iglesia Católica y la religión cristiana institucional, ahora veía al Jesús de los Gnósticos, el de los evangelios apócrifos; básicamente es la edad en la que todo lo que te dicen es mentira y todo lo que contradice a tus padres y los medios es la posta.
También fue descubrimiento de las religiones orientales, coqueteos con el budismo, el shintoismo y el confucianismo. Comencé a leer a Salvador Borrego y me hice hincha de él, porque me contaba la verdad de la Segunda Guerra Mundial (sic) y de la Historia de México (sic.2) donde descubrí que todo, absolutamente todo era una conspiración Judío Masona Comunista. También leí el Capital, me hice marxista sin entender ni jota en si del marxismo y predicaba el ateísmo esotérico como la salvación, donde Dios no existía, pero las fuerzas cósmicas eran parte fundamental de la existencia humana. No tenía idea de hasta dónde iba a para esa clase de pensamientos, pero lo que entendía era que de alguna manera yo me sentía el depositario de la verdad, por más falsa que esta pudiera ser. Leía de brujería, demonología, consultaba el Malleus Malleficarum y pensaba que el Necronomicon era real; el Aleph de Borges era un conjunto de narraciones que por medio de la ficción nos enseñaba la verdad y la historia convencional una sarta de mentiras.
Ella tenía que hacer un trabajo, era acerca de la guerra fría, en esa época ella intentaba hacer que me decidiera por estudiar medios audiovisuales (lo veía como un escape catártico a mis delirios mentales), pero cuando vio que respondía con cierta habilidad en su ayuda documental para su trabajo, me hizo el comentario de que debería estudiar Historia. Vale, como todos, durante un momento el primer pensamiento era “eso ni siquiera existe”. Pero comencé a leer algo de historia, ver la postura “oficial”, pero para eso necesitaba alguien de mi bando, alguien que me la contara como me convenía, así que leyendo reseñas me hice a la idea de que debería leer El Pendulo de Foucault de Umberto Eco.
Para mí fue un cambio de paradigmas y mi primer acercamiento a un verdadero espíritu crítico. Casaubon es un filólogo que tiene una singular profesión, cobra por datos, tú tienes una duda con algún dato o una fuente para un texto que estés preparando, se la preguntas, y él se encarga de revisar su bibliografía o ir a las bibliotecas para dar con la respuesta. En el transcurso su editorial le encarga hacer un compilado de libros de esoterismo porque es lo que está de moda, y en la búsqueda se encuentra con tantas cosas y fuentes contradictorias entre si, que comienza a hacer un desglose de todas y explicar el origen de cada una y de por qué la gente tiene a creer en ocultismo, llegando a una curiosa tesis “si una persona te habla de una sociedad secreta, es que esta no es tal; las sociedades secretas existen, y el que nadie las conozca es prueba de ello”. Rápidamente me aboqué a mis lecturas anteriores, conforme me iba nutriendo de bibliografía de manera personal, era más fácil decir “esto no es cierto” al leer algo, mis primeras víctimas fueron Salvador Borrego y el monero Rius, Borrego porque mentía a mansalva solo para encajar con calzador a los judíos, masones comunistas (donde dije “ta, vete al carajo” fue un libro llamado Soy la revolución neoliberalizada donde “descubría” que el fin del comunismo soviético era en realidad una parte del plan judío para dominar al mundo, aún cuando en TODOS sus libros anteriores afirma dogmáticamente todo lo contrario), y de Rius, fue básicamente lo mismo pero del otro extremo, para Rius Stalin era católico, también Castro, el gobierno de EEUU era católico, Hitler era católico, todos eran católicos porque el comunismo mexicano siempre asocia a las fuerzas del mal más que a la religión en sí, al Catolicismo. Me comencé a desprender de todo, así como me fui haciendo progre, abandoné la ideología nazi y el esoterismo, lo leía solo por placer, y en cierta parte para conocer al enemigo, en esa época tomé dos decisiones, iba a ser escritor y tomaría a Reverte y Eco como mis modelos narrativos, y la segunda es que tendría que ser alguien en mi vida a los 27 años.
Entré a la universidad como la persona más insufrible, un autoproclamado genio, arrogante al extremo que se sentía superior a todos, en plan de “yo vengo a purificar a esta generación”, rápidamente se me bajaron los humos a ver que al parecer más de la mitad del grupo era más inteligente que yo. Frustrado tenía dos opciones, rendirme y aceptar humildemente que soy uno más, o intentar aplastarlos a todos a base de adelantarme siempre. Me convertí en un ratón de biblioteca, rápidamente di un giro hacia la izquierda radical (culpen al ambiente en el que todos llevan morral y estampas del ché Guevara), revisaba los programas y conseguía los libros, no los leía todos obviamente, iba depurando lo que parecía no ser necesario, pero siempre sacaba los libros de la biblioteca de dos clases a futuro para ir preparado; aprendí que muchos de mis compañeros en realidad no sabían gran cosa, y vivian a fuerza de repetición, así comencé a burlarme de ellos, citaba textos inexistentes y miraba como asentían afirmativos. Inventaba citas a autores famosos y sacaba 100 en trabajos donde la mitad de la bibliografía me la inventaba (descubrí que si tienes una gran idea, a nadie le interesa, pero si la pones en boca de un famoso, es una cita citable), el secreto estaba en la mentira bien contada, más seductora que la verdad, me sentía Baudolino. También comencé a escribir en un foro creado para los del grupo, aunque luego comencé a mandar correos y a ganar cierta fama entre los profesores y otros alumnos. Tenía la idea romántica (y con un grado natural de soberbia) de que al morir, toda esa documentación será compilada y vendida en mucha guita (ahora toda esa producción está en las manos indicadas, pero no sé si esté guardada bajo llave o en la basura). Me gustaba ser rebatido, entrar en polémicas epistolares al estilo de la Ilustración (Lupis se lleva la mención honorifica en provocar estimulación intelectual). Básicamente, me sentía encaminado a ser la gran estrella de una generación de intelectuales posmodernos, no tendría el final de Julián Sorel, yo sí tendría éxito.
Se me ofreció la oportunidad del exilio, Sevilla, Barranquilla y Montevideo eran las opciones, para esa época era bastante chauvinista, pensaba que la patria me necesitaba y no la podría abandonar, pero fue una oportunidad ideal para conocer mi bello país (sic) desde afuera, con Armando acordé que él se quedaría en Sevilla (España me importaba poco), yo quería conocer el sur del continente, las naciones postdictadura, de Colombia sabia poco, de Uruguay nada, así que me decidí por la Banda Oriental, sería como llegar a un mundo desconocido, y eso aumentaba la emoción de que todo sería nuevo. No ahondaré en mi estancia, puesto que es conocida por todos, pero conocí otro mundo donde el marxismo era la posta y yo no podía encajar mi bagaje cultural e intelectual en una sociedad donde Eric Hobsbawn era el mejor historiador porque estaba vivo, no por su producción y ni idea de la historia cultural. Pero aprendí esas pequeñas contradicciones que hacen a una sociedad pero no la hacen a la vez. Los uruguayos decían dejaban todo al último momento, que arreglar algo con algún alambrito era hacerlo “a la uruguaya”, que su himno, después de la Marsellesa era el mejor del mundo, yo con estoicismo reflexionaba que esas eran las mismas cosas que decían en México, entonces ¿qué hacía especial al mexicano? Nada, simple y llanamente nada, el nacionalismo dejó de interesarme y me hice a la idea cosmopolita de que las fronteras son algo relativo. Me volví incendiario, cínico, despreciativo de todo lo que sonara particularidad nacional, miraba con reserva al que defendía su patria y pensaba que yo anduve por esos pasillos alguna vez.
Al retornar tuve la crisis de conciencia donde mi carrera intelectual dejó de ser necesaria. Quería triunfar, y el oficio de historiador distaba de ofrecerme la entrada a la gloria, llegaba con noticias nacionales e internacionales y a la gente solo le interesaba la Colonia y la guerra cristera, entonces no me volví retraído, sino indiferente hacia una generación que veía atorada en sus propios prejuicios disfrazados de empirismos, me sabía los suficientemente listo como para hacer una tesis decente que me asegurara el titulo y allá ellos, pero no quería mentirme y jugar a la mentira que había construido, me convertiría en victima de mis propios juegos mentales, así que me dejé llevar. Abracé la ficción, la mentira como historia de la civilización y abandoné toda aspiración de ser licenciado en historia.
Después de eso me converti en un cinico, mis creencias ya no encajaba, me molestaban las limitaciones mentales de lo políticamente correcto, la comencé a ver como una neolengua orwelliana que suplantaba un concepto por otro pero en la practica los usos seguían inmutables. Comencé a odiar a los anticlericales porque los miraba más como resentidos irreligiosos que como humanistas seculares (lo sabía porque ya había estado en esa trinchera), odié las burlas a los grupos de poder, uno puede reírse de la religión, pero no de los religiosos, puesto que eso es darse de manera unilateral una mejor autoridad moral; me desentendí de toda idolología y convertí mi pensamiento en un cadáver exquisito de izquierda y derecha donde saliera una amalgama extraña, pero no contradictoria. Comencé a leer viejas lecturas que hice hace años para encontrar lo que no entendía (como cuando en la prepa vi Trainspotting y por más que diga que era cool, era imposible que me llegara a identificar con su estilo e vida, tuvieron que pasar 9 10 años para que eso sucediera).
Han pasados dos años desde que terminé los créditos, estoy en el umbral de los 27 años, y cada día pienso que el destino de Julián Sorel es un estigma que tenemos los que deseamos vivir como él. Pero como diría Vegas, tengo un ambicioso plan… es cuestión de tener Nuevos planese e identicas estrategias.
El resto es historia.
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