Bueno ta, comparto un articulo que leí en El pais de Montevideo.
Argentina, un hermano mayor extrovertido, ambicioso, a veces soberbio. Uruguay, el menor, tranquilo, que saca chapa de humilde, pero pretencioso y con orgullo. El mayor siente cariño incondicional por el menor, que no lo retribuye de la misma manera, más allá de saberlo un referente. Amores y odios que se remontan a épocas coloniales.
"Ellos acentúan la nostalgia; nosotros, las críticas. Es la forma de mantener las distancias que debimos tomar para lograr la ruptura", alega Ana Ribeiro.
GABRIELA VAZ
El Mundial de Sudáfrica avivó una llama que hasta entonces sólo atizaba el conflicto papelero. Primero fue el festejo por parte de algunos uruguayos de los goles alemanes contra la selección argentina, en el partido que dejó a la albiceleste afuera del torneo. Hubo quienes se justificaron alegando la displicencia de Diego Maradona, quien en conferencia habría despachado: "¿Uruguay está en el Mundial?" Pero la frase fue harto sacada de contexto; el director técnico argentino lo había preguntado, sí, pero ocho meses atrás, tras la última fecha de las Eliminatorias, cuando efectivamente aún no se había conseguido el cupo para participar en la Copa del Mundo. Días después, en Internet se difundió un jocoso video ideado por una agencia de creativos uruguayos que parodiaba una publicidad con la intención de conseguir "40 millones más de hinchas" para la Celeste, dado que los argentinos ya no tenían a su equipo en competencia. Si bien era con humor, había margen para la burla, y a los medios vecinos que lo consignaron no les causó gracia. Y finalmente llegó el festejo de los propios futbolistas uruguayos, quienes dedicaron la premiación de Diego Forlán como el mejor jugador del Mundial a Lionel Messi "que lo mira por tevé". ¿Qué les hizo Messi?, se preguntaron sorprendidos los portales del otro lado del río. El diario deportivo Olé, siempre elogioso del plantel charrúa, tituló con cierta consternación "Uruguay, que no ni más o menos" una nota en la que reproducía reflexiones de Eduardo Galeano en un programa radial porteño. Allí, el periodista Ernesto Tenembaum le planteó al escritor que el argentino siente cariño por todo lo uruguayo, pero que esta actitud no es recíproca. Galeano fue escueto: "Es un amor que no merecemos". La crónica termina con un gráfico: "¡Ay!"
Es vox pópuli. Los argentinos sienten por los uruguayos un amor no siempre correspondido. Cada pueblo -si cabe, en este caso, el abstracto homogeneizador de un conjunto compuesto por millones de personas diferentes- sostiene una imagen del otro, construida en base a siglos de historia en común. Un hermano mayor extrovertido, bullicioso, ambicioso, a menudo soberbio, que se lleva todo por delante. Un hermano menor mesurado, tranquilo hasta la melancolía, que saca chapa de humilde pero también es pretencioso y tiene orgullo. El mayor mira al más chico con simpatía, a veces una sana envidia y un amor casi incondicional. El menor no retribuye el gesto; prima la mirada desconfiada y escrutadora, a sabiendas de que todo lo que haga el otro terminará repercutiendo en él, de una u otra forma. Pero también es cierto que, de manera inevitable, el mayor es su primer referente.
UN INVENTO ARGENTINO. Es 1980. Nacho y el Vasco se juntan en el bar La Giralda para armar el guión de una obra de teatro ambientada en el siglo XIX que pretende protestar contra la dictadura pero denostando al político de la época colonial Lucas Obes, nacido en Buenos Aires, residente en Montevideo, y activo participante del proceso independentista. Pero después de una ardua investigación histórica, la hipótesis del Vasco es que Obes fue el "verdadero inventor del Uruguay".
-Vasco... ¡Otra vez con lo mismo! ¿Te imaginas el quilombo que se armaría si le decís a la gente que Uruguay es un invento argentino?
La escena pertenece a Uruguayos, esos argentinos de antes (Alfaguara, 2006), de Nelson Ferrer, una novela histórica que pone sobre la mesa el polémico tema de la génesis del país. Para hablar de idiosincrasias y relaciones, cómo nos ven y cómo los vemos, todos los consultados se remontan a la época fundacional -siglos XVIII y XIX, cuando las hoy capitales eran parte de un mismo virreinato español- donde las pistas brotan por doquier. "Montevideo era un pueblucho pero contaba con un gran puerto, una bahía natural perfecta. Buenos Aires temía perder su sitial de honor en el comercio; ellos no tenían un buen puerto pero eran la capital del virreinato, por lo que todos los productos debían llegar ahí. Entonces había fricción entre los `porteños` -término del que se adueñaron, aunque debería pertenecer a los dos- de allá y los de acá", relata el profesor de historia Leonardo Borges. Esa lucha de puertos es constantemente citada a la hora de encontrar un origen a esa llama que perdura hasta hoy, así como el -para algunos, insólito- proceso de independencia nacional, ya que el país nació en 1828 a raíz de un contrato entre Argentina y Brasil, con mediación de Inglaterra y sin presencia alguna de orientales. Sigue Borges: "Uruguay es un Estado secesionista; antes pertenecía a lo que hoy es Argentina. Al haber una separación, muchos argentinos siguieron creyendo que Uruguay era una provincia. Hasta el día de hoy nos bromean o molestan con eso. Todas las naciones nacen en contraposición a otras naciones. Nosotros nacimos en natural contraposición a la Argentina, porque nos separamos de ella, porque son nuestros vecinos y son muy parecidos. Argentina, sin embargo, no nació en contraposición a nosotros, sino a Chile y a Brasil. Su nacionalidad se forjó por otro lado".
Algo de eso puede haber en las expresiones del geógrafo e investigador de la Universidad de Buenos Aires Carlos Reboratti. Consultado para una nota de El País Cultural, opinó: "Tenemos una relación curiosa con Uruguay. De hermano mayor, pero a la vez con una imagen muy positiva. Es muy notable e impropio de los argentinos, que a veces estamos más inclinados a actitudes cercanas al racismo con nuestros países limítrofes (…). Cuando miramos a países vecinos vemos países `enemigos`, como Brasil o Chile, e `inferiores`, como Paraguay y Bolivia. Pero Uruguay no entra en esas categorías. Como que merecerían ser argentinos pero no se sabe por qué no quieren".
La rivalidad parece ser, entonces, unilateral. ¿Habrá que invertir la definición ideada por Mario Benedetti, sobre que un uruguayo es un argentino sin complejo de superioridad? "Creo que hay un complejo de inferioridad que se matiza en 1930, cuando se logran hitos como la construcción del Estadio Centenario en seis meses y ganarle la final del Mundial justamente a Argentina. Ahí empezó eso de `chiquitos pero buenos`" que se inició con Batlle y Ordóñez y la educación vareliana, opina Borges. Aún así para el docente el hincapié en la diferencia es muchas veces "estúpido". "Yo no conozco dos pueblos en el mundo que sean más parecidos".
Dimensiones. Hernán Patiño Mayer piensa de modo similar. Desde su despacho jurídico en Buenos Aires, el ex embajador argentino, que residió durante casi una década en Uruguay, asegura que a ambos lados del río las personalidades son muy similares. "Pero ustedes lo disimulan muy bien", dispara, medio en broma, medio en serio. "Una cosa es vivir en una provincia de 15 millones de habitantes, y otra es vivir en un lugar donde hay un millón y medio: uno se tiene que portar mucho mejor porque se conocen todos, se sabe todo y todos son parientes o amigos. Eso hace que además de que quieras portarte bien, tengas que hacerlo. Por eso allá los temas de corrupción son mucho menores. Las megalópolis ayudan al anonimato y a que el hombre exprese sus peores facetas, lo que no es permitido ni tolerado en una sociedad más chica, donde hay más control social. Eso hace que Uruguay tenga una cultura que ha podido conservar mucho mejor en sus aspectos positivos, pero en el fondo es la misma. Si yo pongo a un uruguayo en Santa Fe, se va a sentir exactamente igual que en Uruguay. Donde las cosas se mezclan mucho es en Buenos Aires, pero es una excepción. Lo que pasa es que lo que el uruguayo conoce de Argentina es casi exclusivamente la capital. Entonces, tenés al peor de los medios de comunicación, la tele, mostrando una realidad muy particular. Pero no creo que haya diferencias sustanciales. Están atemperadas por las dimensiones de los países".
El abogado y escribano concede que las percepciones que cada uno tiene del otro sí difieren. "Yo tuve una situación privilegiada. Viviendo allá, lo único que recibí de parte de los uruguayos fueron muestras de afecto y de cordialidad, incluso en los momentos más complicados. Pero no soy ciego, y sé que hay una actitud distinta. Nueve de cada diez argentinos cree que los uruguayos son maravillosos. Y no creo que pase lo mismo del lado uruguayo".
Luis Alberto Quevedo, sociólogo integrante del consejo académico de FLACSO Argentina, y uruguayo con 30 años de residencia en la vecina orilla, confirmó en un artículo de prensa que allí "el desequilibrio hacia lo positivo es muy grande. En Argentina, la nacionalidad uruguaya es un pasaporte positivo, te reciben bien". Y recordó cuando, recién llegado a Buenos Aires, un estudio contable lo tomó como asistente con la sola garantía de ser uruguayo. De hecho, los gentilicios han adquirido significado por antonomasia. Allá, algo "muy uruguayo" puede ser algo más bien correcto o sosegado. Acá, algo "bien argentino" puede ser sinónimo de disparatado, cholulo o fanático.
Pero solo son etiquetas. El antropólogo Daniel Vidart apunta que no existen identidades globales, aplicables a todos los miembros de cada grupo. "No es lo mismo ser un taxista porteño que un cultivador de soja de la provincia de Buenos Aires, y menos un indígena toba. Ni es lo mismo ser un `peludo` de Bella Unión que un oficinista que trabaja en el World Trade Center". ¿Diferencias? "Algunas, menores, derivan de aspectos específicos de la sucesión diacrónica: el centralismo porteño, la lucha de puertos, una migración con predominio italiano en la Argentina y español en Uruguay, formas algo distintas de vivir la religiosidad popular o la Iglesia y el Estado coincidentes en el caso argentino, dan lugar a algunas pautas de conducta y de acción con ligeras variantes. El tamaño de ambos países asimismo facilita autopercepciones distintas", reflexiona, no sin antes aclarar que, en sintonía con el Presidente José Mujica -quien dijo que el país vecino es la única otra nación donde no se siente extranjero- para él, "Argentina no es `la segunda` sino `la otra` patria".
Para la historiadora Ana Ribeiro, quizás una de las claves de esa percepción a la inversa entre argentinos y uruguayos "sea que ellos ven algo pequeño, de desmedido orgullo, que se abre y bifurca; mientras nosotros agigantamos las diferencias para justificar ese desprendimiento. A ellos les gusta pensarnos como lo hacía Borges: Montevideo como el ayer de Buenos Aires, imagen que nos adjudica un mayor provincianismo, a la vez que la condición de repositorio de una pureza original ya perdida. Ellos acentúan la nostalgia, nosotros las críticas: es la forma de mantener las distancias que debimos tomar para lograr la ruptura; es también la forma de expresar la diferencia que media entre la capital de un país de importantes dimensiones y la capital de un país que se sabe menor".
Cultivar bajo perfil para marcar diferencia
En psicología, es una máxima comprobada. El hermano menor muchas veces elige, sin darse cuenta, desarrollar una personalidad opuesta a la del mayor; diferenciarse es la forma de afirmar su identidad.
¿Cabe un paralelismo cuando se habla de países? La génesis histórica de la rivalidad -si no entre dos naciones, al menos entre dos capitales- es insoslayable y, tal como apuntaron todos los consultados, se remonta a la lucha de puertos en la época de la colonia. Según lo ve el sociólogo Antonio Pérez García, la diferencia nace en "la oposición al centralismo porteño, y a ese afán de verticalismo que tenía Buenos Aires respecto de las demás provincias. Probablemente ahí empieza a generarse ese espíritu de contradicción con lo porteño, que lleva a que miremos a Buenos Aires como un enemigo potencial, un competidor grande, que a su vez se permite mirarnos con cierta benevolencia, como el hermanito menor, díscolo, al que quiere mucho, lo que no quiere decir que le dé lo que le pide. Es la curiosa historia de un amor que no va necesariamente acompañado de prácticas beneficiosas".
Para el sociólogo, "en Argentina hay un elemento que es la grandeza, el tamaño, la potencia, como algo fundamental que juega en la construcción de esa identidad, y en la autoestima. Aquí hay una esencia mucho más oscura, así como problemática: somos diferentes, nos interesa nuestra autonomía, pero ¿podemos? Hay un poco de eso. Cuando uno lee las discusiones que hubo en la (Asamblea) Constituyente para redactar la Constitución en 1830, se encuentra a cada rato con expresiones del tipo `bueno, ya que no tenemos más remedio que ser independientes` hagamos tal o cual cosa. Partimos de una conciencia de estar viviendo en el filo de la posibilidad. Hay una sombra de inviabilidad que juega sobre lo nuestro y contribuye a que aún en las etapas más creativas, de más impulso y de mayor confianza en el progreso, exista una nota de modestia, de mantener un bajo perfil que nos diferencia del tono del gran país vecino. Siempre las definiciones de identidad implican una posición, que empieza por señalar las diferencias. Eso nos ayuda a entendernos. Es como un espejo en el cual nos miramos".
Una provincia argentina
El 25 de agosto de 1825, Uruguay (o, en estricto, la Provincia Oriental) declaró "írritos, nulos, disueltos y de ningún valor para siempre" los actos de incorporación a Portugal y Brasil. Se independizó de esas naciones. Pero para anexarse a otra. En el mismo acto, se firmó la Ley de Unión, donde se daba cuenta del "voto general, constante, solemne y decidido" por "la unidad con las demás Provincias Argentinas a que siempre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo conoce". Y finaliza: "Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud América, por ser la libre y espontánea voluntad de los Pueblos que la componen". Esto es lo que se celebra cada 25 de agosto como día de la independencia nacional: haberse convertido en una provincia argentina. Lo mismo que irrita cuando bromean los vecinos.
Uruguayos mirados por Borges
"Los argentinos vivimos en la haragana seguridad de ser un gran país, un país cuyo solo exceso territorial podría evidenciarnos, cuando no la prole de sus toros y la ferocidad alimenticia de sus llanuras. Si la lluvia providencial y el gringo providencial no nos fallan, seremos la villa Chicago de este planeta y aún su panadería. Los orientales no. De ahí su clara y heroica voluntad de diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y madrugadora. Si muchas veces, encima de buscadora fue encontradora, es ruin envidiarlos. El sol, por las mañanas, suele pasar por San Felipe de Montevideo antes que por aquí". Lo escribió Jorge Luis Borges para un libro sobre poesía uruguaya.
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