America takes drugs in psychic defense
Iggy Pop, Neon Forest
--listo, ahora ya estamos todos.
Trato de mirarlo como si supiera qué está diciendo, no entiendo qué le pasa a estas personas que siente que todo debe de ser un acto de ceremonia o solemne, era mucho más fácil decir las cosas y ya, además, tenía razón en lo primero que dijo, a todos nos estaba dando un poco de hambre.
--¿Qué tal si primero resolvemos el asuntillo de la comida?—les digo antes de que quieran pasar a temas importantes t dejar algo tan fundamental como la comida en segundo plano.
--me parece bien—dice Daniela apoyando mi moción—a mí también me está dando un poco.
Parece que tenemos el primer consenso, a todos nos dio hambre al mismo tiempo y ahora tenemos una prioridad: comer.
--¿Qué se les antoja?—dice Carlos.
Ahora viene lo malo, tardamos cinco minutos o más, tal vez veinte, divagando entre pizza, comida china, papas, tacos, lonches, hamburguesas, sushi, pollo. Una gama de variedades diseñada para satisfacer los más amplios paladares, pero con paladares tan especializados cada uno en su ramo, lo que debería haber sido un consenso en general se convirtió en un debate más polarizado que la reforma migratoria en Estados Unidos. Por un lado los pizzistas (entre los que me cuento como apologista) se enfrentan a los defensores de los derechos del pollo (republicanos intransigentes que buscan la explotación del hombre por el pollo), todo un debate que se llena en las cámaras legislativas.
--Dice Evo Morales que el pollo te hace puto—remato sentenciosamente.
Daniel me mira, como defensor del pollo y admirador de Morales entra en un debate interno, pobre, no me gustaría estar en este instante en su piel ante ese debate ideológico, si eligiera la pizza desde un comienzo no habría pasado por esta situación.
--fue sacado de contexto—me responde dando a entender que no va a flaquear en su decisión—él hablaba de las hormonas femeninas.
--nel, fuera o dentro de contexto, dijo que el pollo te hace calvo y puto.
--además—interviene Carlos en defensa no solo mía, sino de la pizza—bajo esa lógica, si inyectamos hormonas masculinas en el pollo y se lo damos a homosexuales estos se harían heterosexuales, como si fuera una enfermedad.
Ahora sí estaba donde queríamos, sin argumentos qué defender, aunque con personas como Daniel, siempre habría un argumento que pudiera defender. La discusión remata con lo que llamo “la ley del más necio”, siempre el más necio del grupo termina ganando no por su destreza retórica, sino que termina agotando a sus interlocutores, quienes, cansados o hasta la madre de una discusión que no llega a nada concreto, prefieren ceder y cerrar el argumento.
--¿lo ven? Si desde hace rato me hubieran hecho caso, no habríamos perdió tanto tiempo—nos dice Daniel a todos jactándose de su victoria.
Detestaba eso, si algo odiaba de la ley del más necio, era principalmente que creyera que su victoria fue fruto de su intolerancia, y no le digas a la nena cuál fue la razón, porque toma más dignidad que una virgen recién violada.
Pedimos el pollo, obviamente era pollo rostizado, Daniel sería incapaz de consumir algo producido por una malvada multinacional como la del Coronel, ya saben, pollos transgénicos genéticamente modificados para que nazcan sin cabeza, la ciencia al servicio del empanizado. Eso era raro en Daniel, en un buen momento podía ser realmente lúcido y arrojar teorías y argumentos coherentes que no tenían forma de ser rebatidos simplemente porque tenía razón, pero en otros (los más) existía en él una extraña predisposición a creer cualquier leyenda urbana o teoría de la conspiración por más idiota que sonara, con tal de que tirara mierda al capitalismo. Recuerdo que una vez me platicó sobre cómo Estados Unidos planeó el terremoto de Haití con un dispositivo nomás para probar su funcionamiento, todo listo para una posible aplicación en Irán. O la vez que nos contó a Carlos y a mí que los videojuegos bélicos son parte de una estrategia ideológica norteamericana para desensibilizar a la población y presentar a países anti americanos como la quinta esencia de la maldad pura. Cuando Carlos compró el Mercenaries 2, que se desarrolla en Caracas, nos dijo que obviamente era ahí porque al Tío Sam le conviene que a la gente le divierta destruir una ciudad bolivariana. A mí me daba igual esa disparidad de creencias en él, pero no dejaba de ser curioso resaltar su extrema credulidad disfrazada de objetividad.
Mientras llegaba la comida, nos pusimos a hablar de nuestro tema favorito, drogas. Digo hablar porque en un tema así, nuestro lenguaje “hablado” era más que nada corporal. La rutina era sencilla, casi todos cargábamos un poco cuando nos veíamos, el mecanismo solamente consistía en esperar cuál de los seis sacaría primero el porro o la hierba sin desmorrugar y comenzaba el milenario rito. Los demás, como religiosos o sacerdotes de la poderosa diosa Mota, miraban silenciosos y se acercaban al gurú para iniciar el círculo social de la amistad basada en estirar la mano, fumar y luego pasarla.
El primero esta vez fue Héctor, así que nos pusimos a su alrededor y ofrecimos encendedores masivamente para ganarlos la gloria de ser el segundo elegido para dar una fumada. Por fortuna tomó el mío. Dio una fumada, dos fumadas y antes de dar la tercera me pasó el porro, le di una fumada, dos fumadas y antes de dar la tercera se lo pasé a Carla que era la que tenía a mi lado.
Los primeros diez segundos son los más memorables, porque es el transcurso entre un estado y otro, se puede medir fácilmente el cambio, se tienen ciertos pensamientos en la cabeza que no desaparecen, pero se transforman en una nueva forma de verlos. Al decimo segundo el cerebro se cierra y lentamente va dejando espacio a nuevos pensamientos. Una gradualización de prioridades hasta terminar en un leve gozo indiferente, solo interesado en el mundo en el que vives, nada más, solo existe lo que estás mirando en este momento, y en este momento, solo existen mis amigos.
Lo mejor de las drogas era eso, no te hacía escapar de la realidad, solamente te permitía verla desde otro punto de vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario