31 ene 2014

Cuando era pequeño, el solo concepto de videojuegos se reducía en una sola palabra "nintendo"; así como el pan para sandwich se llamaba "Pan Bimbo" sea la marca que sea o la leche era "Sello rojo" (a tal grado que llegó un momento en que LALA cambió un tiempo su tapa azul por una roja para ganar algunos clientes).
Quiero decir, cuando uno jugaba videojuegos no era a videojuegos en sí, sino al Nintendo, ya fuera este un Sega o incluso una PC.
Me da un poco de tristeza mirar que la gran N está pasando por un momento tan dificil; ya sé que los imperios caen y nada dura para siempre, vean a Kodak, pero Nintendo fue, por demasiado tiempo, una estructura tan hegemónica que pensé que viviría más que Castro. Hoy día miro las noticias acerca de sus cada vez mayores fallos, o por lo menos ese gran fallo que fue la Wii U y cómo la industria de los videojuegos suele hablar únicamente del Xbox One y el PS4.
Lamentablemente el problema de Nintendo es que no se quiere adaptar a los nuevos tiempos, y por nuevos tiempos no me refiero a las tecnologías (hace apenas poco tiempo fueron los pioneros con el mando del Wii). En realidad el problema de Nintendo es la soberbia de creerse los lideres del mercado y, peor, creadores de tendencia. Es decir, en lugar de satisfacer las exigencias de los consumidores, creyeron que ellos eran los que hacían al consumidor y que sus creaciones serían la pauta.
Sin ninguna franquicia indispensable más allá del universo Mario (sobreexplotada pero aún así demandada por el usuario) Nitendo hace tiempo decidió enfocarse al público familiar, esto era una idea inovadora el siglo pasado, cuando los gamer's (ni siquiera existía esa palabra) eran en su gruesa mayoría menores de edad

16 ene 2014

Ha Vuelto, Timur Vermes.

Hace unos meses había leído sobre este libro, las criticas eran positivas generalmente--en realidad no hubo negativas, solo algunas observaciones sobre, en momentos, la falta de narrativa más compleja--.
     Es de esos libros que inicialmente uno no esperaba encontrarse en una librería mexicana--por lo general, cuando hablamos de un libro traducido que no es best-seller, solo se encuentra en España--, así que lo compré.
       La historia es bastante sencilla, un día, de repente, Hitler aparece en Berlín en pleno siglo XXI, en ese contexto, se convierte en la estrella de un programa de televisión precisamente por sus opiniones, las cuales son tomadas por el espectador como humor acido y políticamente incorrecto. En ese desarrollo, permite al autor--o a Hitler--hacer reflexiones sobre la realidad actual alemana así como de los avances técnicos propios de la época.
     Primero que nada, tengo que resaltar que aparentemente la historia es tanto trillada como original, como en aquella película de Collin Farrell donde toda transcurre en una cabina telefónica. Es decir, si uno se toma con la idea original, pareciera que en algún momento a más de uno se le debió de ocurrir, incluso por la forma de la narración pareciera un sketch de Saturday Night Live, pero al mismo tiempo que uno piensa que alguien más ya lo hizo, se vuelve imposible recordar eso. Sin embargo, el germen de la idea en lo personal me parece algo obvio, el libro fue escrito en 2011, razón que me hace pensar que, un día, el autor se metió a Internet y encontró una amplia cantidad de vídeos de "Hitler molesto por..."--Ya saben, esa escena de La caída subtitulada con comentarios de la realidad actual--. Supongo que el autor pensó que sería divertido ampliar la idea y permitir al fiurer hacer observaciones más allá del berrinche. La idea simplemente fue divertida.
        El autor no solo se logra meter en el imaginario discursivo de Hitler, sino que lo personifica como un idealista pragmático que representa el sentir del ciudadano común--con todos los riesgos que eso conlleva--, al mismo tiempo es una lección sobre los riesgos de la influencia de los medios de comunicación y de los peligros que esconden ciertos discursos tolerados por considerarlos inofensivos y cosa del pasado--como pasó con el experimento de la Tercera Ola en los sesentas--. Durante la novela Hitler se va haciendo cada vez más popular y, obviamente, ganando adeptos.
       Un detalle que se le agradece al autor es que entra de plano a la acción, sin pasar por el proceso previo de explicar el porqué de su aparición--¿A quién le importa? Es como preguntarse porqué un sacerdote con una pierna y un rabino entran a un bar--, así como presentarlo como un tipo que decide adaptarse a las curiosas novedades en lugar de huir de ellas, así, Hitler administra su página web.
      Si se quieren reír un rato, este es un libro altamente recomendable--sobre todo, teniendo en cuenta que el humor novelado--leído--me parece bastante más difícil sin acompañamiento visual, eso es un logro.
     El resto es Historia.



14 ene 2014

Adios.

Supongo que debo de escribirte esto, no porque tenga el deseo, sino porque te lo mereces y, tal vez, sí porque también tengo el deseo de hacerlo.
     Solo te conocí apenas un mes, tiempo suficiente como para encariñarme ¿Quién no se encariña con una cachorrita abandonada en la calle?
     Me gustaría decirte muchas cosas, pero ya no puedo decir más de lo que te dije estos días.
     Te abracé, te dí besos, acaricié tu cabecita, miré tus ojitos y dejé que me mordieras.
     ¿Cuál fue tu raza? No lo sé,  tal vez ni siquiera tuviste uno.
     ¿Dónde naciste y porqué fuiste abandonada en una caja en la calle en pleno invierno? No lo sé y no tiene caso intentar saberlo.
     Tenías apenas--y puedo adivinar--menos de un mes de nacida cuando te encotré y un mes viviste conmigo.
     Ayer amaneciste y no eras tú, no despertaste a mi lado, ya no quisiste morder ni jugar, solo querías dormir. Solo querías dormir y esa noche ya no quisiste despertar.
      Me pude despedir de ti, te lo merecías, no me alejé de tu cuerpecito y te abracé a mi lado hasta tu último suspiro.
     Fue a las nueve treinta de la noche tu última convulsión y ya no pudiste respirar más, te abracé, cerré tus ojitos y te dije las últimas palabras.
Adios Cacahuatito.

8 ene 2014

JFK: Caso Abierto, Philip Shenon.

Supongo que tengo que decir que fui víctima de una campaña de publicidad al creer que encontraría el granito en el arroz en el libro de Philip Shenon. En realidad la única fuente de información fue una entrevista que dio el autor con Aristegui a razón de los cincuenta años del asesinato de Kennedy.
El primer detalle es que uno, al mirar el texto de la portada y la contraportada se deja a entender la idea de que el tema central es plantear una nueva línea de investigación que versa en si el asesinato del presidente tuvo como germen la ciudad de México y el “misterioso” viaje de Oswald a esta ciudad, así como sus visitas a las embajadas de la URSS y Cuba.
Ya había pasado una experiencia similar con lo que llamo “el efecto introducción” que consiste en que el que realiza la imagen de portada y la contraportada en español solo lee la introducción y se deja llevar con la idea de que de eso va a versar todo el texto--lo que, por cierto, debería ser--, una vez, con un libro llamado Cenizas de Odio: La conexión china con el terrorismo internacional de Gordon Thomas, me dejé llevar de esta idea, dado el título y que en la portada aparecían generales chinos y en la contraportada se narraba, como en la introducción, un encuentro entre autoridades chinas con miembros talibanes en Afganistán pocas semanas después del 11-S. En ninguna parte pude llegar a adivinar que, luego de esas cuarenta páginas, las siguientes seiscientas serían una crónica de Tiannanmen.
Con el libro de Shenon, al leer la introducción, uno se deja llevar--casi con suspicacia--dentro de una teoría de la conspiración sobre un compló para matar al presidente. Sin embargo, luego de dicha entrada se define cual va a ser el cuerpo del libro, partiendo de que el mismo autor había escrito previamente un libro sobre la comisión del 11-S, se le propuso la redacción de una historia de la Comisión Warren. Y así comienza el relato, pocas horas después de la muerte del presidente.
Tiene aciertos, eso no lo niego, y el principal es la forma en la que, al ir narrando la historia del desarrollo del informe, va desmenuzando ciertas teorías conspiratorias, alguna dejando de manifiesto rápidamente su inverosimilitud, por ejemplo, la del segundo tirador--al mencionar simplemente que en lugar había tanta gente que era sospechoso que nadie lo hubiera visto siquiera--, o más científicamente descritas, como la de la “bala mágica”--que sería respaldada posteriormente por más análisis--. Además de explicar cómo es que muchas teorías de la conspiración se alimentaron, más que por hechos suspicaces, de errores gramaticales, decisiones personales de carácter moral, o simplemente declaraciones apresuradas
Sin embargo, también deja escapar tres ideas interesantes que se pasan de largo, la primera, la aparente destrucción de pruebas y el ocultamiento de las mismas por parte del FBI y la CIA, esto, no por su involucramiento en el asesinato del presidente, sino para tapar su propia ineptitud a la hora de considerar sospechoso a Oswald--por ejemplo, el FBI destruyó una nota que Lee Harvey entregó en sus oficinas pocos días antes del magnicidio pidiéndoles que dejen de investigarlo, poniendo de manifiesto que sí pudieron detenerlo, pero no lo consideraron una amenaza--; la segunda idea interesante es que, por las prisas, se dejaron muchos cabos sueltos, esto se debe a dos criterios personales del Ministro Presidente Warren, la primera, su idea preconcebida de que Oswald había actuado solo, relativizando cualquier sospecha de un compló comunista, y la segunda, que presionó en en los tiempos para que estuviera listo el informe para las elecciones, forzando a apresurar las investigaciones. La tercera es, precisamente las discrepancias al interior de la comisión y cómo muchos de ellos consideraban que su trabajo era insuficiente por los plazos para dar carpetazo al asunto.
Estos tres aspectos llevan a la idea del epílogo del autor que, si bien tiene todo el toque de teoría de la conspiración--informaciones y testimonios pero ninguna evidencia--arroja bastantes dudas sobre lo que hizo Oswald en la Ciudad de México pocas semanas antes de matar a Kennedy. Su relación con una empleada en la embajada cubana--Silvia Durán--y los testimonios de que ella pudo tener algo más con Oswald que un trámite consular--el principal acusador de esta idea es Elena Garro--.
Lamentablemente, a mi parecer, son estos datos los puntos débiles de la tesis de la “conexión mexicana”, primero, Durán siempre negó tener alguna relación más allá de profesional con Harvey--el autor argumenta que esta negación se debe a la presión del gobierno mexicano para negar una conspiración debido a las consecuencias diplomáticas que esto tendría, así como la renuencia de la CIA a aportar datos sobre el asunto para no revelar sus métodos de espionaje en la capital mexicana--, sus únicos acusadores son Elena Garro y su hija Helena Paz, furibundas anticastristas que odiaban a Durán y propensas a tener tendencias paranoicas--no hay que olvidar que ella, acorde con la línea del gobierno, acusó a los intelectuales de ser los provocadores del movimiento del 68. Más allá de esto, lo que queda son solo suposiciones, elucubraciones y suspicacias de que se pudo investigar más, por lo menos para no alimentar paranoias posteriores, aunque, en defensa de la comisión, el mismo autor menciona que, hoy, 2013, hay quienes todavía discuten sobre la muerte de Lincoln. De igual forma, aún más condescendiente, trata de ser conciliador con ambas versiones, la oficial y la conspiranoica, dejando la idea de que sí, Oswald actuó solo, pero ¿Pudo este hombre desequilibrado haber sido influido por alguien, plantearle la idea y dejar que florezca sola?
Al final, como dijo uno de los investigadores de la comisión, simplemente la gente no podía entender que un pelele como Oswald pudiera matar al hombre más poderoso del mundo con tanta facilidad. El resto es historia.