Pues, a modo de catarsis voy a comenzar un breve diario de sueños en el que intentaré reproducir los más bizarros y que tengan cierta "estructura" interna.
Esto es lo que soñé ayer.
Estábamos varios
amigos, tanto de la facultad como de la preparatoria, sentados al
rededor de una mesa, uno de nosotros propuso un juego donde
demostremos las cosas que consideramos totalmente inútiles cada uno
sacó algún elemento de la vida cotidiana al que no le vemos
sentido—yo saqué una cafiaspirinas alegando que esas vitaminas ya
están en todo lo que como diario—cuando llegó el turno de un
amigo primero sacó dos peces entrecruzados, aunque yo pensé que
era el blasón de alguna cosa medieval—ya despierto me di cuenta
que era el signo de piscis—luego lo deformó a una figura que no le
veía forma, mientras hacía eso, a mi derecha se levantó una
tarima—esa sí, bien medieval—donde unas personas, vestidas de
formas medievales—que supongo tendrían que ser amigos míos, pero
de eso ni idea—se sentaron para observar lo que sería una justa.
Rápidamente, se oye un grito “Fuego!” y a la izquierda otros
comienzan a arrojar globos de agua a los que estaban al otro lado. Yo
grité “El horror, el horroooor”. Todo fue jubilo y reflexión
cuando seguía la “masacre”, en eso se escucha el sonido de algo
que cae, como la fricción con el viendo “fiiiiiuuuu” y una
explosión destruye la pared de la derecha, todos huimos y mi
perro—que por alguna razón apareció ahí—se salió corriendo,
yo salgo por él y lo que veo es todo menos dantesco, no hay ruinas,
pero la calles se han convertido en ríos y la mitad de las casas ha
desaparecido, aunque todavía es obvio que estoy en el mismo
lugar—qué, dicho sea de paso, no sé donde era pero en el sueño
me era familiar—camino buscando al perro y en la radio se escucha
que se han movilizado tropas a Rusia y China y que fue un ataque a
gran escala en todo el mundo. Pero no veo personas corriendo, veo
picnics y mochileros paseando, nada de caos, todo perfectamente
normal. Veo y a lo lejos y mi perro no aparece, sospechó que el agua
se lo llevó y decido que sin él no quiero seguir el sueño... y
despierto.
Pues bien, acabo de
terminar la segunda parte de Canción de Hielo y Fuego, de G. R. R.
Martin, es decir, Choque de Reyes.
Primero que nada, las impresiones generales es que avanza dignamente
como secuela de Juego de Tronos.
Más páginas, pero no solo eso, sino que un panorama más obscuro,
si la primera parte parecía una epopeya de los Stark como núcleo de
la historia, la segunda parte los deja mucho peor parados de lo que
parece, aunque el momento no ha llegado, el Joven Lobo hasta el
momento no ha perdido ninguna batalla, pero Invernalia ha caído, y
si un rey no puede mantener el corazón de su reíno ¿Cómo podrá
con lo demás? Pero no solo eso, sino que los Lannister se han
impuesto en todas las pruebas destruyendo el ejército Stannis y
estableciendo una alianza con Altojardín y muy posiblemente con los
Martell de Dorne. Así, prácticamente todo el sur es Lannister y solo
las Islas de Hierro y el Norte—que no es poco, es medio
continente—están contra ellos.
Más
allá del océano, Daenerys Targaryen sigue afrontando las pruebas que
la convertirán en la soberana—un poco obvio cuando se descubre que
la “Canción de Hielo y Fuego” es de ella—aunque le falta
bastante, no es solo por la distancia, sino que aún carece de
ejército y sus dragones todavía están pequeños.
Más
allá del Muro John Nieve sigue perdido, pero como Hermano
Juramentado de la Guardía de la Noche ha jurado desertar por ellos y
enterarse de las intenciones de Mance Raider, mal plan cuando se
entera que de todas formas se dirije hacía el Muro.
Lo
mejor sin duda es lo que sucede en Desembarco del Rey previo a la
batalla de Aguasnegras, la fragilidad de las lealtades debida a la
inminencia de la derrota deja claro como uno sigue ciegamente a otro
hasta que va a perder y entonces busca seguir ciegamente al que ganó.
Asimismo, el panteón de dioses es mayor, el Dios de las aguas, el
Dios de la luz, los Antiguos dioses, los Nuevos dioses—me he dado
cuenta que aparentemente son los nuevos dioses los únicos que no
tienen eficacia en nada—.
Con
relación a la serie, aunque la linea argumental se mantiene, parece
que los guionistas se están dando demasiadas libertades; mientras
que la primera temporada se basa al toque en el primero libro, aquí
hay situaciones que pasan y no pasan. Es decir, escenas de la serie
que no están en el libro y escenas del libro que no aparecen hasta
la tercera temporada, por ejemplo, el final de la tercera temporada
es en parte el final del segundo libro cuando Brann y Rickon se
separan, Meera, Jojen y Hodor se llevan a Brann y Osha a Rickon.
Theon no quema Invernalia, sino Lorren el Negro.
Pues bien, fue más rápido de lo que parecía (compré solo dos libros con la intención de que leyera uno cada dos meses, así tendría tiempo de ahorrar para el tercero y llegaría a la cuarta temporada con los cinco terminados o por terminar).
Leí el primer tomo de Canción de Hielo y Fuego (a estas alturas es inútil explicar a qué me refiero): Juego de Tronos.
Cuando uno ve en pantalla algo que le fascina y después se remite a la obra en la que está basado, el recelo es natural sobre la forma de la adaptación. Ya tenía una mala experiencia con Dexter de Jeffrey Lidnsay, la primera temporada está basada en el libro del mismo nombre, pero con una diferencia abismal entre la calidad de la serie con un libro mediocre, así que no era gratuito el recelo a la hora de tener los libros en mis manos. Sumada esa duda a los costos de cada volumen (sí, se pueden descargar desde internet pero ¿Quién lee libros electrónicos estos días?) pasó bastante tiempo para que sintiera siquiera curiosidad en la obra.
Como hincha de Tolkien, cuando escuchaba sobre historias de caballeros, reyes, princesas y castillos en mundos fantásticos, era natural que uno se imaginara orcos, trolls, magos y diferentes razas en un mundo místico. Cuando vi los promos de la primera temporada de Game of Thrones pensé que era el mismo universo, y mi primer pensamiento fue “uno más de entre miles” “otro Narnia” o “se quieren enganchar de Harry Potter”.
No voy a centrarme en por qué comencé a ver la serie, mucho menos por qué decidí leer los libros (ambas cosas repetidas varias veces en Facebook). Sino en la particularidades de la obra.
Incluso es innecesario resaltar las diferencias entre el libro y la primera temporada, porque son tan mínimas que ni siquiera importa, ya saben, personajes menores o diálogos que pueden llegar a confundir en pantalla más que aclarar asuntos. Lo que me interesa es esa siempre interesante atemporalidad de este tipo de historias. El mundo de Westeros es un mundo lo suficientemente cercano a nosotros mismos, lo suficientemente cerca como para sentir aprensión ante las desgracias de cada personaje. No es el universo fantástico de Tolkien donde el honor y el juramento es algo inviolable, donde la amistad triunfa y aunque haya nubes oscuras, el bien triunfará ante todo. Westeros es una tierra medieval donde Gandalf, Aragorn, Legolas o Frodo vivieron en la Edad de los Héroes, los cuales han dejado espacio a seres humanos ambiciosos, dispuestos a traicionar a sus señores a cambio de un mejor trato. El universo de Tolkien es un Medioevo ideal, el de Martin es el Medievo real.
Algunas anotaciones sobre el realismo de la historia, para todo aquel que esté versado en historia medieval, muchas de las situaciones narradas les parecerán familiares, incluso lógicas. Según la historia (del libro), antes de la llegada de los Targaryen “no pasaba una generación sin que dos o tres reinos se declararan la guerra”, y eso es bastante natural cuando cada uno contaba con una legitimidad propia, la reducción de sus status de reyes al de lores, sometidos a una autoridad central en la recién fundada Desembarco del Rey formó un periodo de paz donde se establecieron en condiciones de iguales los siete reinos en el reino recién fundado de... pues, Los Siete Reinos. Incluso se entiende la incestuosa relación entre los Targaryen más allá de mantener pura la sangre, una razón de estado puede explicar que esto se haya realizado de esta manera, ya que al mantener el gobierno durante miles de años entre los miembros de una sola familia sin establecer alianzas de sangre es la mejor forma de que ninguna familia sea más próxima que la otra al poder central.
Esto se demuestra una vez que los Targaryen son expulsados y los Baratheon toman el trono ¿Qué legitimidad tienen sobre los demás? No fue difícil para los Lannister considerar que ellos podrían ser los gobernantes, mucho menos considerar “acelerar” la sucesión al trono. Eso solía pasar en la Edad Media, o incluso mucho después, además de ciertos paradigmas que se repiten cuando perdida la legitimidad más de un señor llega a considerar que no tiene por qué obedecer al nuevo gobernante (cosa de recordar cuando el Imperio Español se desmoronó y las nuevas repúblicas se separaron en diferentes soberanías que no tenían por qué obedecer al nuevo poder central), de igual forma, familiares descontentos con la forma en la que se llevó la sucesión y que consideran que ellos tienen más derecho al trono (y eso sí que era muy, pero muy común en la Edad Media cuando dos personas de la misma rama familiar se disputaban el trono).
De la misma forma, las viejas leyendas de los reinos de Oriente, salvajes e indomables, exóticos, peligrosos, repletos de criaturas y hechiceros nunca antes vistos, así como reyes peregrinos, exiliados, condenados a viajar más allá de los mares llorando por sus reinos perdidos; en el Oeste la civilización se construye y tiene límites definidos, en el Este siempre hay tierras más allá, cada una más extraña que la anterior.
Es ya reiterativo decir que en Canción de Hielo y Fuego no tiene elfos, duendes ni enanos, tampoco se dirimen las batallas con grandes hechizos y anillos únicos, sino con torres de asedio, espadas, traiciones y lealtades cuestionadas. Se aleja tanto de la obra de Tolkien para ser más cercana al Baudolino de Humberto Eco que solo podría ser cabalmente disfrutada si se tienen nociones importantes de historia medieval como para comprender los conceptos más puros del feudalismo y el vasallaje. Se disfruta como espectador común, seentiendenn como ventana al pasado.
Entonces ¿Por qué R. R. Martin no escribió mejor una novela histórica? Primero, porque si bien todas esas cosas pasaban en aquellos tiempos, no sucedían en el mismo año ni a las misma personas, la ficción le ha permitido hacer que coincidan los episodios más importantes de la Edad Media en un mismo universo y en un periodo corto de tiempo, añadiendo la ceresita del pastel de incluir dragones y caminantes blancos, así como un universo tan nuevo y propio que tiene la libertad de hacer caer dinastías de un plumazo.
Solo dos dudas, hasta ahora es evidente que fue Pety Baelish es el mandó a matar a Bran, pero no tengo idea del motivo, en realidad no ganaba nada con un acto así. La segunda es Dorne, cuando Aegon El Conquistador llegó, tomó seis reinos, Dorne se anexionó 150 años después de manera pacífica ¿Por qué, no pudo o no quiso? Y sea cual sea la respuesta ¿Por qué no pudo o por qué no quiso?
Cuando
uno habla de oposición de manera general se está refiriendo a algo
que está en contra de otra cosa (demasiado obvio para tener que
resaltarlo). Sin embargo, esta definición puede ser más perniciosa
de lo que parece.
Por
lo general, cuando hablamos de oposición política nos estamos
refiriendo a aquellos que se encuentran “en la otra vereda” del
poder. Así, la oposición la conformaría todo aquel que no esté a
favor de determinado gobierno.
El
primer problema al hablar de oposición es que se hace en singular,
dando la apariencia de que esta es homogénea y uniforme con una sola
linea programática, que es la de oponerse al gobierno. No se debería
de hablar de oposición, sino de oposiciones para establecer la
heterogeneidad de ideas dentro de un grupo cuyo única relación
entre sí es la de no estar gobernando. Sin importar de qué
corriente ideológica provenga el gobierno en turno, siempre habrá
sectores tanto de su propia corriente como de la contraria que
encontrarán contradicciones y asuntos cuestionables.
Por
ejemplo, en México hablar de oposición o, como se suele decir
“partidos de oposición” a uno le deja pensando que comparten la
misma plataforma, cuando por un lado tenemos al PAN (de derecha), al
PRD (de izquierda), y a una pleyade de partiditos (sin tomar en
cuenta ese monstruo repugnante llamado MORENA) que se mueven
alrededor de los grandes como rémoras. Algunos de ellos comparten
las ideas del gobierno no por proyección ideológica, sino porque de
ellos depende su existencia.
Aunque
mi intención no es explayarme sobre el tema México, sino que me
gustaría hacer incapie en un mundo donde la oposición es tan
grande, pero tan condenada a implosionar que funciona como
laboratorio explicativo de porqué el término “oposición”
simplemente funciona para el Estado pero hasta ahí. Me refiero a la
Argentina.
Desde
el asenso de los Kirchner, Argentina ha estado sumida en una serie de
contradicciones acomodaticias que aquellos que simplemente no les
gusta la forma del gobierno no saben a qué espectro dirigirse cuando
el gobierno está compuesto por supuestos militantes de izquierda que
hacen negocios cupulares con grupos corporativos y transnacionales.
Pero no termina ahí, sino que la sola forma de dirigirse hacia la
sociedad por parte del gobierno parece una imitación de como ciertos
regímenes totalitarios (y me refiero a Venezuela) utilizan los
medios estatales (y forzando a los privados) para emitir cadenas
nacionales para informar de las medidas tomadas hasta en los asuntos
más triviales. Esto no es gratuito, responde a dos aspectos
puntuales, uno de ellos es dar la apariencia de un gobierno que está
constantemente trabajando (en Venezuela funcionaba con Aló
Presidente, en la Argentina la
usan hasta para anunciar la venta de muñequitos, y no es una
metáfora o comentario malicioso, es cierto, Cristina vendió
muñequitos nacionales y populares), y el otro para forjar un lazo
entre la sociedad y el gobernante haciendo más familiar el mensaje,
no le habla al pueblo, te habla a ti, televidente.
De
todos los lugares en el mundo donde se puede hablar de relaciones
totalmente antagónicas en casi todos los aspectos de la sociedad, la
Argentina se lleva las palmas. Dicen que los argentinos lo reducen
todo a nivel de hinchadas como si fuese un partido de fútbol, pero
sería realmente al contrario, en realidad lo argentinos llevan el
fútbol a sus niveles de temperamento social.
Hay
gobiernos cuyo lema es el consenso, entendido este como el interés
del Estado por pactar con las demás fuerzas políticas los programas
de gobierno, hay gobiernos de coalición, que son estos aquellos en
los que los partidos de oposición no solo son invitados a dialogar,
sino a formar parte del mismo gobierno (esto se entiende como cuando
son designados secretarios de Estado algunos miembros que militen en
otras fuerzas políticas).
Pero
hay gobiernos que hacen de la confrontación su sello personal; no es
solo el cuestionamiento de las políticas del gobierno anterior (eso
es relativamente común cuando gana la oposición), sino que intentan
crear un parteaguas entre el ellos y el nosotros.
No
me voy a explayar en los aspectos de este tipo de gobiernos porque ya
lo he hecho bastante en otras ocasiones, pero quiero referirme a la
Argentina por una razón que resalta de los casos de Venezuela y el
lopezobradorismo. Y es el hecho de que la oposición argentina
tampoco canta mal los tangos.
Uno
de los errores más naturales que llega a cometer el hombre en el
terreno de las ideas, es la aplicación de la ley de signos donde el
enemigo de mi enemigo es mi amigo. Y ahí es como, a diferencia de lo
que sucedió en Venezuela, donde Enrique Capriles logró convertirse
en un candidato de consenso aglutinando a las corrientes opositoras
al chavismo. Esto no fue nada fácil, principalmente cuando tenemos
en cuenta que el entre la oposición al chavismo hay desde la extrema
derecha hasta la extrema izquierda (aunque dudo que estos hayan
cerrado filas con Capriles). Sin embargo, con un discurso conciliador
para con los suyos y los otros, logró aumentar su capital político
en un país donde el monopolio del mismo fue del chavismo, aunque no
todo fue por Capriles, sino que el país que dejó Chávez y el peor
heredero para resolverlo por medio de una campaña que asemeja a la
de López Obrador en 2006 (por haber iniciado con una victoria segura
hasta hundirse en las preferencias).
Sin
embargo, esa nación austral que es la Argentina parece que nunca
logró conciliar la idea del dialogo con el pragmatismo. Hay
diferencias, claro. Principalmente es que los que están ligados al
Kirchnerismo realmente son incapaces de definirlo. Cristina saluda
con la izquierda pero se viste con la derecha; obsesionada con los
viajes a Europa, la ropa de diseñador, las joyas y la posesión de
inmuebles que utiliza a Eva y Perón como los arquetipos de la nueva
Argentina, cuando esta es tan nueva que recurre a lo más viejo del
imaginario. A veces de derecha, a veces de izquierda, simplemente el
gobierno Nac&Pop no se sabe definir con nada; y eso para la
oposición es un desastre.
Por
qué? Porque la oposición no tiene forma de definir a un gobierno
contrario cuando sus practicas e intereses son muchas veces
compartida. Si bien el gobierno, para cada estupidez que comete solo
se atreve a decir que fue una operación de Magnetto—dueño del
Grupo Clarín, algo así como el Televisa rioplatense—con un guión
cuyos seguidores repiten para todo, incluso creando un nombre propio
para este mundo de las redes sociales, los “Ciber K”. así, para
un Ciber K todo el que los critique es un milico golpista cómplice
de la dictadura y operador de Clarín, para la oposición todo el que
diga algo positivo del gobierno es un choripanero, chorro y viven en
la diKtadura.
La
oposición argentina aglutina visiones tan dispersas que, a
diferencia de la venezolana, no se pueden ni siquiera unir porque la
misma naturaleza argentina les impide reconocer siquiera un liderazgo
entre ellos, cosa fundamental si la intención es evitar que una
persona carente de ideología se apodere de lo que queda del Estado
por medio de movilizaciones y medidas tan absurdas como la elección
de magistrados de la corte por medio de listas electorales—lo que
obviamente significa su subordinación al partido postulante—.
El
único que ha logrado por lo menos generar reacciones al gobierno, es
Jorge Lanata. Anteriormente feróz crítico de Clarín, pero hoy
trabajando para ese medio ¿Por qué? “Panqueque” es lo único
que se le ocurre decir a los K, y siempre le quieren devolver la
moneda cuando habla del gobierno haciendo referencia a lo que alguna
vez dijo del conglomerado de medios—como si una cosa negara la
otra—. Tal vez la respuesta más coherente es el sentido común de
Lanata al aplicar la regla del “enemigo común”. Lo que logró
unirlo a Clarín fue que ambos tienen en el gobierno un enemigo más
poderoso.
Hace
unos meses se puso sobre la mesa la idea de Lanata como candidato
para las presidenciales del 2015, esto habla primero de su
popularidad, y en segundo de un mal endémico dentro de una oposición
que no ve el norte y tiene que recurrir a un showman para defender
sus intereses, porque, pese a su rol de periodista, Lanata es capaz
de mentir descaradamente solo para atraer pantalla—y eso lo
capitaliza muy bien el oficialismo—aspecto que sus seguidores
relativizan con tal de criticar la diKtadura.
Como
dije, eso habla del mal estado en el que está la oposición y de sus
credenciales morales al ser aparentemente incapaces de encontrar a
una persona cuyos antecedentes sean suficientes como para representar
una opción política viable, persona muy difícil que aparezca a
estas alturas, porque de haber existido ya se habría presentado.
Acabo
de ver que el Acabo de ver que el miercoles se estrena Guerra Mundial Z, obviamente casi todos hemos oídos hablar de la película posiblemente por la presencia de Brad Pitt, pero ¿Alguien ha hablado del libro? Hace unos meses, cuando se dio la noticia de que los derechos del libro habían sido comprados por la productora del actor, sonaron cietas alarmas por el hecho natural de los riesgos de una adaptación deficiente. Después, cuando el rodaje inició se difundieron versiones que hablaban de que el producto no estaba quedando minimamente bien hasta el punto de que se tuvo que volver a escribir y rodar una tercera parte de la cinta. Sumado eso a las imagenes que se difundieron del rodaje que no tenían nada que ver con lo que uno había leído.
Sin embargo, hace unos meses que se viene hablando bien de la película, aparentemente quienes la han visto han salido satisfechos. Yo no la he visto, pero tengo la idea de que va a verse bien, pero ¿Será mejor que el libro?
La mayoría no conoce al autor, Max Brooks, pero en el mundillo Z es una autoridad en el tema. Es el autor de un libro previo llamado Manual de supervivencia zombie que en pocas palabras es literalmente lo que dice el titulo. Hijo de Mel Brooks, Max se ha dedicado a narraraciones sobre zombies con un estilo que recuerda a Romero. En sus relatos no está el zombie que corre alocadamente, pero tapoco está el muerto viviente. El zombie de Brooks es básicamente el “infectado”, es decir, su naturaleza zombie radica en un virus, descartando así el muerto que sale de la tumba o el que se muere de un infarto y se levanta. Esto es para evitarse el comentario suspicaz de por qué se mueren de una mordida, la respuesta está en que la mordida te infecta y por eso te mata por pequeña que sea.
Hay momentos puntuales en el libro que no tengo idea de si aparecerán en la película, que dudo, porque aparentemente parece que se compró la idea, pero no el desarrollo. En el libro la epidemia comienza en China y se extiende por medio de una red clandestina de tráfico de organos a todo el mundo. El protagonista de la novela, un periodista por encargo de las Naciones Unidas, viaja por el mundo entrevistando diferentes personajes para elaborar una historia oral de lo que se conoce como la Guerra Mundial Z y el papel de cada uno. Hay momentos resaltantes, como las estrellas de la farandula se construyen un edificio en el que se ocultan con sus lujos, el cual es tomado por civiles desesperados y realizando una masacre; como en Israel las tensiones religiosas fueron más importantes que la supervivencia de la especie—si se va a salvar una parte, que esa parte no sea musulmana—; Corea del Norte simplemente desaparece y nadie vuelve a saber de su población; Cuba por su condición aislada emerge como una superpotencia económica al tener bajas mínimas y, sobre todo, cómo la salvación provino de un ex miembro del Apartheid que ideó un plan en el que se sacrificaría al 90% de la población como alimento para permitir la evacuación del otro 10.
¿Qué tiene de especial esta pelicula para no ser otra más de zombies? Todos sabemo que el género está ya bastante agotado, partiendo de la premisa de que tecnicamente todas son iguales y solo cambia el lugar o los personajes, aunque al final todos terminan en la misma situación de hacer frente al apocalipsis zombie. Sin embargo hay otro patrón dentro del género que es el que siempre son eventos focalizados, es decir, por lo general es un grupo de sobrevivientes encerrados en determinado lugar o viajando a un refugio. Guerra Mundial Z se va por otra vereda llevando por primera vez—hasta donde sé es así—una historia de zombies a dimensiones globales. Ya no son los pobres refugiados en un sotano, sino diferentes nacionalidades que narran su experiencia añadiéndole sus particularidades culturales. Además de que es un relato posterior, es decir, la guerra terminó, los zombies han sido “derrotados” y es la hora de la reconstrucción.
Por desgracia, hasta ahora todas las imágenes que se han distribuido son de escenarios apocalípticos que distan mucho del relato generalmente más prudente del libro. Esperemos que lo que salga salga bien. se estrena Guerra Mundial Z,
obviamente casi todos hemos oídos hablar de la película
posiblemente por la presencia de Brad Pitt, pero ¿Alguien ha hablado
del libro? Hace unos meses, cuando se dio la noticia de que los
derechos del libro habían sido comprados por la productora del
actor, sonaron ciertas alarmas por el hecho natural de los riesgos de
una adaptación deficiente. Después, cuando el rodaje inició se
difundieron versiones que hablaban de que el producto no estaba
quedando minimamente bien hasta el punto de que se tuvo que volver a
escribir y rodar una tercera parte de la cinta. Sumado eso a las imágenes que se difundieron del rodaje que no tenían nada que ver
con lo que uno había leído.
Sin embargo, hace unos meses que se viene hablando bien de la
película, aparentemente quienes la han visto han salido
satisfechos. Yo no la he visto, pero tengo la idea de que va a verse
bien, pero ¿Será mejor que el libro?
Hay una frase recurrente dentro del mundo del cine,
y es que la película nunca supera al libro. Cuando vemos una peli basada en una
obra tendemos a cuestionar los cambios en la trama—siempre y cuando hayamos
leído el libro para darnos cuenta—aunque, para ser sincero, la mayoría de estos
cambios están justificados por la sola razón de que la narrativa fílmica es
bastante diferente a la novelesca. Para los que preferimos el relato escrito al
visual ese puritanismo intentamos justificarlo bajo la premisa de que si
decidieron adaptar un libro al cine es porque el libro es bueno, no hay
necesidad de cambiarlo.
Algunas
veces la justificación, más que el tiempo, es por cuestiones de prensa, imagen
o corrección política, por ejemplo, en La
suma de todos los miedos de Tom Clancy, unos radicales islámicos roban una
bomba nuclear que hacen estallar en Denver. En la versión fílmica, además de
hacer a Jack Ryan más joven—eso es justificable debido a que ahora fue
interpretado por Ben Affleck en lugar de Harrison Ford—quienes roban la bomba
son neonazis porque ¿Quién no detesta a los nazis? Si de imagen hablamos, está Troya donde Patroclo se convierte en el
“primo” de Aquiles y no en su amante sodomita—supongo que a Brad Pitt no le
agradó la idea, tan natural en aquella época—. Así hay casos muchos, cientos,
miles, pero hasta donde sé, existe uno que en opinión general—o por repetición
de lo que dicen otros—se menciona “es igual o mejor que el libro”. Me refiero a
El Padrino.
Obviamente
es una película que todos hemos visto, al igual que siempre hemos escuchado esa
comparación con el libro, pero ¿Será cierto, cuántos hemos leído el libro para
saber que es así? Como en la mayoría de “lo que comúnmente se sabe”, por lo
general nos atenemos a la opinión establecida y la tomamos como un hecho
indiscutible. Eso pasa con este libro,
la película es tan buena que difícilmente nos atrevemos a cuestionarla o nos
romperían las piernas.
Acabo
de leer el libro, y realmente la decisión es algo difícil, primero que nada, y
para dejarlo claro, lo que sí es un hecho es que es la mejor adaptación de un
libro al cine—mejor que Naranja Mecánica—pero ¿Es mejor la peli que el
libro? Yo difiero.
Muchas
veces cuando vemos una película hay cosas que quedan supeditadas para mejorar
el relato o la narrativa visual, limitaciones que el autor de una novela no
tiene en su cabeza por la total libertad de ser tan minucioso en la descripción
como se le dé la gana. Una escena donde un personaje amonesta a otro y este
segundo se queda callado, en una película se cambia de escena y ya, en el texto
uno puede explicar porqué de ese
silencio, sobre si decidió permanecer callado o si supo que ya no tenía
respuesta para dar. Esas cosas uno tiene que adivinarlas cuando está sometido a
un promedio de dos o tres horas de
duración, y son precisamente ese tipo de detalles los que hacen que uno sienta
mayor aprecio por la novela, debido a que las limitaciones del autor son las
del mismo ingenio, el tiempo y la duración no tiene relación alguna.
Hay
ejemplos donde tal vez una novela mediocre tenga mejores resultados en
pantalla—en el caso de la chica, Dexter
es un muy buen ejemplo—pero también son tan contados que ni siquiera se toman
en cuenta, ya que el productor que encuentra la obra dice “la premisa es buena,
el argumento también, pero la forma de narrarlo es tan mala que voy a
perfeccionarla”.
Hablando
de la novela, hay momentos que no aparecen en la película—y ahí es donde se
derrumba el mito de la adaptación perfecta—por ejemplo, la trama de Johnny
Fontane—el cantante—dura bastante más en comparación con la película que, si
mal no recuerdo, su aparición termina con la escena de la cabeza de caballo en
la cama del productor que no quería contratarlo, supuestamente todo lo que
sigue es suprimido a petición de Sinatra para no verse tan “homenajeado” en la
película. Además, hay momentos de la novela que se guardaron para la segunda
parte, en este caso, toda la infancia de Vito, que abarca una gran parte,
posiblemente para no confundir tanto el relato.
Para
terminar, un detalle, la novela no termina con la famosa escena de las puertas
cerradas, curiosamente, lo que sigue ya son dos capítulos, uno donde Kay huye
de Michael luego de reconocer que él mató a Carlo y Hagen va a convencerla de
volver—este es un momento importante porque Hagen, para convencerla, viola la Omertà y la hace conocedora de las
razones de cada muerte—“Si le cuentas a Michael lo que acabo de decirte, soy
hombre muerto.”—, no recuerdo si esto aparece en la segunda parte, y después,
la novela cierra con Kay, recién convertida al catolicismo, reza por el alma de
Michael en la iglesia. Es un poco evidente de por qué Coppola decidió cerrar la
película unas páginas antes.
En
definitiva, es un libro que si se lo encuentran, no digan “ya vi la película y
dicen que son iguales”, porque una cosa es como la otra pero diferente, así de
fácil. Como ejemplo, les dejo escenas clásicas de la película y la forma en la
que son descritas en el libro, para que hagan sus comparaciones en la
narrativa.
Había por allí varios hombres hablando de béisbol y
discutiendo sobre si tal equipo era mejor o peor que tal otro. Lo de cada
domingo. De pronto, los niños que jugaban en la calle subieron corriendo a la
acera. Un coche que venía a toda velocidad se detuvo adelante de la pastelería,
y fue tan brusco el frenazo que los neumáticos chirriaron. El conductor saltó
del vehículo con tanta rapidez que todos quedaron paralizados. Era Sonny
Corleone.
Su cara era la imagen misma de la cólera. No había
pasado un segundo cuando ya tenía a Carlo Rizzi agarrado por el cuello. Trató
de arrojarlo a la calzada, pero éste se aferró con toda la fuerza de sus
musculosos brazos a la barandilla de hierro de la pequeña escalera que conducía
a la entrada de la pastelería, tratando al mismo tiempo de ocultar su cara para
protegerla de las manos de Sonny.
Lo que siguió fue tremendo. Sonny empezó a pegarle
puñetazos mientras lo insultaba a voz en grito, y Carlo no ofreció resistencia
alguna, pese a su fuerza física, ni dijo una sola palabra. Coach y Sally Rags
no se atrevieron a intervenir. Estaban convencidos de que Sonny quería matar a
su cuñado, y no deseaban compartir su suerte. Los niños seguían en la acera, a
cierta distancia, disfrutando del espectáculo. Eran muchos, algunos de ellos
bastante mayores, y estaban acostumbrados a pelear, pero no se
atrevían a moverse. Llegó otro coche, ocupado por dos guardaespaldas de Sonny,
quienes al ver lo que ocurría se quedaron quietos como todos los demás, aunque
dispuestos a intervenir en el caso de que algún inconsciente se decidiera a
ayudar a Carlo.
Lo más penoso de todo era la absoluta sumisión de
Carlo, si bien ésta quizá le salvó la vida. Seguía aferrado a la barandilla y
sin devolver un solo golpe, a pesar de que era casi tan fuerte como su cuñado.
En un momento dado Sonny pareció calmarse un poco. Jadeaba, al borde del
agotamiento, y le dolían las manos de tanto golpear. Entonces, dirigiéndose al
maltrecho Carlo, dijo:
– Y ahora
escúchame, maldito cabrón: si vuelves a pegar a mi hermana, te mataré. ¿Lo has
oído?
La carretera estaba mal iluminada. No se veía un
solo coche. A lo lejos divisó la caseta del peaje. Había otras, pero sólo
funcionaban de día, cuando el tráfico era intenso. Sonny redujo la velocidad y
buscó calderilla en el bolsillo. Como no tenía, sacó la cartera y con una sola
mano separó un billete. Al acercarse a la caseta iluminada, Sonny quedó
sorprendido al comprobar que un coche bloqueaba la carretera. El conductor
debía de estar preguntando alguna dirección al encargado de cobrar el peaje,
pensó. Hizo sonar el claxon y el otro coche se apartó, por lo que el Buick pudo
colocarse delante del cobrador.
Sonny alargó un dólar y esperó el cambio. Tenía prisa
y por ello, a pesar de que el frío de la noche era intenso, no quiso cerrar la
ventanilla. Pero el cobrador parecía muy torpe; al muy imbécil se le había
caído el cambio al suelo. El hombre se agachó para recoger las monedas, y
desapareció de la vista.
Entonces Sonny se dio cuenta de que
el otro automóvil no había seguido su camino, sino que estaba a pocos metros de
distancia, bloqueando nuevamente la carretera. En la caseta de peaje había otro
hombre. Del vehículo se apearon dos individuos. El cobrador aún seguía
agachado... De pronto, Santino Corleone comprendió que había llegado su hora.
Se sintió completamente lúcido, libre de toda violencia, como si el miedo
oculto, finalmente real y presente, lo hubiera purificado.
Sonny se lanzó contra la puerta del Buick, rompiendo
la cerradura. El hombre que estaba en la caseta abrió mego... alcanzando en la
cabeza a Sonny, que cayó al suelo. Los dos individuos que se habían apeado del
coche sacaron sus armas y dispararon contra el cuerpo que yacía en el asfalto.
Luego le golpearon salvajemente el rostro para desfigurarle todavía más, como
si quisieran dejar la huella de un poder humano más personal.
Fue a la cocina a buscar hielo. Desde allí oyó
abrirse la puerta, y al salir vio a Clemenza, Neri y Rocco Lampone, acompañados
de los guardaespaldas. Su marido estaba casi de espaldas a ella, pero Kay se
movió un poco, lo justo para verlo de perfil. Entonces, Clemenza se dirigió a
Michael llamándole Don.
Kay
vio que Michael recibía el homenaje de aquellos hombres. Y se acordó de las
estatuas de los emperadores romanos, quienes, por derecho divino, eran dueños
de la vida y de la muerte de sus súbditos. Tenía una mano en la cadera. El
perfil de su cara hablaba de un poder frío y orgulloso, y su cuerpo descansaba
sobre uno de sus pies, que quedaba un poco más atrás que el otro. Los caporegimi estaban de pie frente a él.
En ese momento, Kay comprendió que todo lo que Connie le había dicho era
cierto. Regresó nuevamente a la cocina, y una vez allí, se echó a llorar.
Acabo de leer por tercera vez El Tercer Reich de Michael Burleigh, un libro de 1400 páginas de
pura acción, emoción y romance (no hay nada de esos tres).
Por
lo general, cuando nos acercamos a una
obra sobre la Alemania Nazi siempre nos dejamos llevar por ciertas
generalizaciones que intentan responder a un cuestionamiento bastante natural
¿Cómo es que una nación tan civilizada como la alemana se dejó seducir por un
cumulo de promesas baratas y semi religiosas de Hitler?
No es
que sea una pregunta descabellada, y en base a ella se entiende que la
literatura histórica sobre el tema por lo general limita el debate a responder
a esa pregunta, dejando de lado un cuestionamiento que pocos se plantean: ¿Fueron todos los alemanes? Todos
llegamos a pensar que porque un gobierno esté en el gobierno intrínsecamente el
pueblo está con él, esto no se sostiene, mucho menos cuando el gobierno es un
régimen totalitario donde no está muy bien vista la crítica.
Cuando
uno lee un libro sobre el nazismo siempre se encuentra los tópicos
tradicionales que crean una línea directa entre el ascenso de Hitler al poder y
el Holocausto, además, se suele limitar la historia a sus responsables, es
decir, pareciera que hablar del nazismo se reduce a biografías de Hitler,
Himmler, Goering, Goebbels, Eichmann o Hess y reduciéndolo a las
concentraciones del Partido y los campos de concentración. De alguna forma este
enfoque se puede llegar a entender como un esfuerzo de exculpar a la población
civil bajo el argumento de que al ser un régimen totalitario, ellos simplemente
se sometieron a la fuerza de las SS y la Gestapo sin compartir la política
racial de Hitler. Esta es una historia que se centra en la sociedad alemana y
sus matices que no siempre son resaltados por, lo que podríamos llamar
“historiografía liberal”, no por su corte ideológico, sino por su manejo de las
fuentes cuyo único fin, como la liberal, es la demonización del enemigo y la
justificación de los actos de los vencedores.
Primero que nada, es un libro
exculpatorio, básicamente es una especie de especificación sobre el papel de la
totalidad alemana durante el régimen nazi y cómo no todos los alemanes se
sintieron particularmente afectos a Hitler y cómo algunos lo eligieron basándose
en premisas equivocadas.
En
este caso hay algunas aclaraciones sobre ciertos sucesos puntuales, y este es
uno de los puntos fuertes del texto, ya que hace caso omiso de tratar asuntos
que han sido explicados hasta el hartazgo, básicamente es un libro diseñado
para aquellos que tienen las nociones básicas del nazismo y su historia, dejándolas
de lado y centrándose en asuntos de mayor importancia, por ejemplo, no menciona
la fusión de la presidencia y la cancillería a la muerte de Hinderburg, tal vez
porque dado el escenario político alemán, fue un hecho intrascendente solo para
dar validez jurídica a una autoridad suprema de facto.
Lo
que si resalta es su asenso a canciller y porqué, dadas sus credenciales autócratas,
se le permitió acceder al gobierno. El autor maneja que fue una mala decisión
de aquellos que sentían antipatía hacia él, principalmente Von Pape, Canciller
de Hindemburg. La idea de éste era dejar que Hitler se destruyera a sí mismo;
era tanta su desconfianza hacia el nazismo y su programa carente de contenido
que pensaba que al dejar gobernar a Hitler este se derrumbaría abrumado por la
tarea de gobernar y con él el nazismo como opción política. Es decir, Hitler
accedió a la Cancillería porque quienes lo ayudaron a llegar esperaban que
fuera un inepto. Esto en gran parte se debió a una propaganda nazi que hacía
eco en la violencia comunista. Hitler se abstuvo de hacer alusión a algo tan
caro a los alemanes como la desaparición de la propiedad privada. Las clases
medias, temerosas de que los comunistas accedieran al poder y siguieran un
programa dictado desde Moscú, desencantadas de los socialdemócratas
(defenestrados por comunistas y nazis como los autores de todos los males
debido a que eran el grupo en el gobierno), decidieron optar por la alternativa
radical que hacía énfasis en la nación alemana creyendo que el discurso
antisemita se iría matizando conforme pase el tiempo.
Como
vemos, el autor plantea que el triunfo del nazismo fue de la misma forma de la
que muchos regímenes autoritarios se implantan por la vía democrática.
Simplemente la población los cree menos de lo que son capaces de hacer.
Culpar
a los alemanes tampoco es gratuito, responde a una cierta necesidad de
generalizar las cosas, si solo son ellos, todos los demás están moralmente
justificados ante la historia. No hay que olvidar que la democracia
representativa era un valor en decadencia en esos tiempos. Los movimientos
paramilitares y las ideas autoritarias, eugenésicas y raciales no eran
patrimonio germano. El antisemitismo de la revolución rusa fue tan sanguinaria
como el alemán (eso si se entiende que el antisemitismo practicado por los
nazis fue una herencia de la Rusia zarista), abundaban los movimientos de
carácter nazi o fascista en cada país, con sus características regionales, pero
siempre alineado en una forma general de interpretar una Europa para los
europeos.
También
hay un detalle que retoma con cierto interés, y es el hecho de las atrocidades
cometidas hacia los judíos, para lo cual lanza una especie de crítica hacia la
historiografía alemana para hacer referencia de cómo esta relativiza la
brutalidad del colaboracionismo de los países del Este argumentando cierta
autocensura de los alemanes a la hora de hablar del antisemitismo húngaro,
rumano o lituano—es decir, la brutalidad con la que trataron a los judíos—bajo la
premisa de que tienden a pensar que resaltar esos aspectos podría ser interpretado
en otras partes como un intento de restarle culpabilidad a los propios
alemanes, algo políticamente incorrecto.
Obviamente
el texto no está exento de críticas, a principal es el confesionalismo del
autor, Burleigh es católico confeso, lo que tiene un fuerte papel en cierto
manejo parcial del papel de la Iglesia Católica durante la guerra y el régimen
nazi, básicamente los disculpa de cualquier acción, la Iglesia Católica, según
el autor, se mostró prudentemente desconfiada del neopaganismo de Hitler—lo que
es cierto—pero también veló por la seguridad de los católicos alemanes
negociando un trato especial como el que realizó con Mussolini. No es caer en
la fraseología anticlerical de la historiografía marxista donde la Iglesia se
le entregó al nazismo, pero una cuota de responsabilidad sí tenían—debido a que
compartían el antisemitismo y el anticomunismo—. El autor, para cubrir el
aspecto de la religión cristiana con el nazismo, tiende a inclinar la balanza
de la responsabilidad en las iglesias protestantes, a las que trata como
alineadas con el nazismo desde un comienzo al presentarse a sí mismos como “cristianos
alemanes”.
Otro
punto a criticar, el cual va ligado al anterior, es su conservadurismo en veces
demasiado parcial a la hora de hacer referencia a las izquierdas—ya sean estas
moderadas, socialdemócratas o comunistas—relativizando todas sus posturas como
paparruchas o chapuceras, es decir, en cierta forma justifica la decisión de
los alemanes por los nazis en las urnas “resaltando” lo vacio y falso que
resultaban las propuestas de izquierda.
En resumidas
cuentas es, pese a los errores antes mencionados, lo que llamaría una “Historia
Total” del Tercer Reich, la mejor que conozco hasta la fecha.
P.D.
existe una “versión” reducida, o casi. Hay un dos libros considerablemente más
pequeños llamados Poder Terrenal y Causas Sagradas, ambos con subtitulo “Religión
y Política en Europa”. No habla de la relación entre Fe y Estado, sino del
Estado como Fe, es decir, de las religiones políticas. El primer libro comienza
en 1789—absurdo explicar por qué—y termina en 1914; el segundo va desde 1914 al
2003, en ese tomo, obviamente, cuando habla del nazismo hacer una descripción
rápida de lo que es, siendo así un resumen bastante decente de la obra total. Solo
por si les pesa leer nazis durante varios días.