11 may 2009

Al Carajo señor Fukuyama

Naomi Klein

Desde que fue lanzado El Video, cada gesto, risita y palabra de Osama Bin Laden ha sido diseccionado. Pero debido a que toda la atención está puesta en Bin Laden, su coestrella en el video, identificado en la transcripción oficial simplemente como "Shaykh", ha recibido poco escrutinio. Qué mal, ya que sin importar de quién se trate (por lo general se le identifica como el mujaidín saudita Khaled al-Herbi), ofrece una ventana poco común a la psicología de los hombres que ven los asesinatos masivos como un gran juego.

Un tema recurrente en los monólogos del invitado de Bin Laden es la idea de que viven en tiempos tan grandiosos como los que se describen en el Corán. Esta guerra, dice, es como "en los días del profeta Mahoma. Exactamente como lo que está pasando ahora mismo". Luego dice que "será similar a los primeros días de Al-Mujaidín y Al-Ansar (similar a los primeros días del Islam)". Y por si no nos quedó claro: "Es lo mismo, como en los viejos días, tal como Abu Bakr an Othman y Ali y otros. En estos días, en nuestros tiempos".

Es fácil atribuir esta nostalgia a la teoría de siempre respecto a que los seguidores de Bin Laden siguen en la Edad Media. Pero los comentarios parecen reflejar algo más. El no anhela el estilo de vida ascético medieval, sino la idea de vivir en tiempos míticos, de cuando los hombres eran como dioses, las batallas eran épicas y la historia se escribía con H mayúscula.

"Vete al carajo, Francis Fukuyama -parece que dice-, la historia aún no termina. ¡La estamos haciendo, aquí y ahora!"

Es una idea que hemos escuchado desde muchos espacios a partir del 11 de septiembre, un regreso de la gran narrativa: hombres elegidos, imperios malvados, planes maestros y grandes batallas. Todos están ferozmente de regreso. La Biblia, el Corán, El Choque de las Civilizaciones, el Señor de los Anillos, todos ellos, de pronto, interpretados "en estos días, en nuestros tiempos".

Esta grandiosa narrativa de redención es nuestro mito más persistente, y tiene un peligroso anverso de la moneda. Cuando unos cuantos hombres deciden vivir sus mitos, ser más grandes que la vida real, no pueden más que causar un impacto en todas las vidas de tamaño regular. En comparación, de pronto, las personas parecen insignificantes, fáciles de sacrificar en el nombre de algún propósito mayor.

Cuando cayó el Muro de Berlín, supuestamente había enterrado esta narrativa épica bajo sus escombros. Esta era la victoria decisiva del capitalismo. La ideología ha muerto, vámonos de compras.

La teoría del fin de la historia era comprensiblemente enfurecedora para aquellos cuyas ideas perdieron las batallas de gladiadores, ya fuera el comunismo global, o en el caso de Bin Laden, una versión imperialista del Islam. Sin embargo, tras el 11 de septiembre, es evidente que el fin de la historia resultó ser una victoria hueca para los Fríos Guerreros de Estados Unidos. Parece que desde 1989, muchos de ellos extrañaban su narrativa épica como si se tratara de la falta de un miembro. Sin ideología, ir de compras era tan sólo ir de compras.

Durante la guerra fría, el consumo en Estados Unidos no sólo se trataba de una gratificación personal, era el frente económico de la gran batalla. Cuando los estadounidenses se iban de compras, participaban en un estilo de vida que los comunistas supuestamente querían destruir. Al comparar los caleidoscópicos centros comerciales con las tiendas grises y pobremente surtidas de Moscú, el punto no era simplemente que nosotros en el Occidente teníamos fácil acceso a unos Levis 501. En esta narrativa, nuestros centros comerciales representaban la libertad y la democracia, mientras que sus vacíos anaqueles eran la metáfora del control y la represión.

Pero cuando la guerra fría llegó a su fin, y dejó de haber esta base ideológica, el gran significado tras la idea de ir de compras se evaporó. La respuesta del mundo corporativo fue "las marcas como un estilo de vida": un intento por restaurar el consumismo como un fin filosófico o político, al vender ideas poderosas en vez de meros productos. Las campañas comerciales comenzaron a igualar los suéteres de Benetton con luchar contra el racismo, los muebles Ikea con la democracia y las computadoras con la revolución.

Las marcas como un estilo de vida llenaron el "sentido" de ir de compras durante un tiempo, pero no era suficiente como para satisfacer las ambiciones de los Fríos Guerreros de la vieja escuela. Eran exiliados culturales en un mundo que crearon, los malhumorados halcones pasaron su década de mayor triunfo no gozando de su nuevo y no cuestionado poder sino refunfuñando sobre cómo Estados Unidos se había vuelto "suave", afeminado. Era una orgía de indulgencia personificada por Oprah y Bill Clinton.

Pero, tras el 11 de septiembre, la Historia está de vuelta con su H mayúscula. Los consumidores son, una vez más, soldados en una batalla del bien contra el mal, portando nuevos brasieres con barras y estrellas hechos por Elita y comiendo una edición especial de M&M rojos, blancos y azules.

Cuando los políticos estadounidenses instan a sus conciudadanos a luchar contra el terrorismo yendo de compras se trata de más que alimentar una doliente economía. Se trata de, una vez más, envolver el día-a-día en lo mítico, justo a tiempo para Navidad.

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