21 oct 2010

El Oscuro Pasajero: Me gustan las leyes...


El escenario es el siguiente:
En la cámara de diputados los legisladores (en el siglo XIX adorados como los constructores de naciones y en el XXI defenestrados como  los dueños de esta) discuten el aumento al precio del cigarro (más que discutir, aprueban) generando una ola de críticas, tal vez inverosímiles y demasiado lineales, pero que demuestran el descontento ante la ley. No hablaré de  esta ley que francamente me es indiferente, si yo fumo ta, me la banco y pago más, total, no es de primera necesidad (el alcohol no me lo tocan HDP!!).
            En mis tiempos como historiador idealista me sentí un Napoleón ¿qué quiero decir? Imaginaba una sociedad utópica regida bajo principios racionalistas que modelaran a la sociedad a un mejor futuro. Pensaba en un Bonaparte que, como dice la leyenda romántica, encerrado en  prisión durante una noche se hizo acompañar del código de Justiniano, exclamando al salir “ya sé derecho”, consolidando el código napoleónico como el ordenamiento jurídico más importante de los últimos dos siglos (y el modelo Jefffersoniano que se  vaya a freír espárragos). Miraba como, gracias a mis lecturas podría crear modelo que funcionara, que encajara y permitiera llegar a un Estado de bienestar donde todos fueran felices.
            Así, navegando entre materia y materia de la carrera me sentí especialmente cómodo entre libros de derecho, entre leyes, códigos, proclamas y planes, era mi mundo; buscaba las claves de todo; porque sabía que el siglo XIX (mi especialidad) se conformaba de partidos y posturas ideológicas; en una larga lucha por apropiarse del Estado y forjar nuevos ciudadanos, liberales y conservadores convertían a las Constituciones en verdaderos monolitos que abarcaran  un todo. las leyes nacionales eran la consolidación de aspiraciones y temores de las ideologías existentes. Hasta el Estado más totalitario necesitaba de leyes que dieran forma al totalitarismo, hasta la más rampante arbitrariedad necesitaba de las reglas de la arbitrariedad. la ley es el sine qua non de la existencia de un Estado para diferenciarlo de otro.
            Así, aprendí que en la realidad no es tal cuando se mira a quienes la imaginaron; la Constitución de 1824 era la aspiración de una sociedad que no tenía idea de qué hacer y se dedicó a copiar a otros; las 7 Leyes, victoria conservadora, conformaban una búsqueda de equilibrio entre tradición y modernidad; la constitución de 1857 era el anhelo restaurador de iniciar desde cero otra vez y la de 1917 fue fruto del zeitgeist socialista de un liberalismo cansado.
            Aprendí que me gustaba leer leyes porque ahí existía otro mundo, una utopía que trataba de modelar una sociedad en mundos de justicia social. Uno se queja del gobierno mexicano, pero de solo leer nuestra constitución mirarían otro país, un país libre, igualitario, donde todos somos hermanos en la marcha hacia el progreso, la constitución de México es un país donde me gustaría vivir.
            Aprendí que me gusta leer leyes porque son cercanas a la ficción, como si aquellos que las redactaron sabían de su imposibilidad aplicatoria y, por lo tanto, se dedicaron a formar un mundo de felicidad. “descarguemos todos nuestros sueños, total, nadie le hará caso”
            El siglo XIX nos infectó con mundos felices y nos hizo creer que la constitución es el modelo para formar una nación, cuando en realidad son solo obras fantásticas de un reducido grupo de intelectuales que, un día, en un castillo durante una noche, hicieron una apuesta para ver quién creaba el mejor mundo ficticio.
            Hoy día sigo leyendo leyes y siempre me apoyo en estas para defenderme, para decir que hay otros mundos, que existen otras realidades, que más allá de la imaginación existe una sociedad ideal, que todos tienen derecho a la educación, que existe la igualdad de género, que nuestros malos gobernantes son castigados, que la prensa es libre, que el trabajo es digno, que fuera de muertes y crimen hay una salida, que en otro mundo Huxley supera a Orwell y que podemos dormirnos esperando que el día de mañana nos sea indiferente, porque el de hoy fue bastante bueno… el resto es historia.

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